Picasso nos copió a todos… Atentamente, Diego Rivera
Por Eduardo Limón enero 21, 2016
Explosiva fue la relación
amor/odio entre Diego Rivera y Pablo Picasso. Se daban los primeros años del
siglo y el muralista mexicano, quien todavía no hallaba su pasión por el mural,
viajaba al viejo continente para empaparse de la escuela artística que ofrecía
París. Esta nación le significó un breve, pero importante periodo en la
corriente del cubismo, y el encuentro con uno de sus dioses artistas: Picasso.
Imagina lo que debió ser vivir en aquella época y ver a estos grandes codearse
en tertulias bohemias y galerías es una pintura en sí. Sobre todo si se trata
de aquella vida parisina a la que muchos se debían sumar si es que de verdad
querían hacerse de un lugar en el arte.
A este periodo le corresponden
las obras “La niña de los abanicos” y “Mujer con alcachofas” de Diego Rivera.
Todo iba bien. La relación y el
cobijo que se había dado entre ambos colosos era una simbiosis envidiable en el
mundo del arte, el mercado le abrió las puertas al nuevo discípulo del
malagueño que de un día al otro comenzó a recibir mecenas y corredores a su
domicilio, que se vio entonces invitado a brillantes y extravagantes fiestas
del medio; y Rivera era el aprendiz que le defendía, adoraba a su maestro, con
toda la energía.
pablo picasso
Fue hasta que la actitud
desconcertante de Picasso, al entrar y salir libremente del estudio de Rivera
sin siquiera pronunciar una palabra, al inspeccionar detenidamente y sin
escrúpulos las telas del mexicano, advirtieron un poco las sospechas
confirmadas que vendrían después. Diego enfureció, estalló en ira y
probablemente un poco de decepción, al ver las semejanzas casi idénticas, robos
a toda luz, entre un boceto de “Hombre acodado en una mesa” (Picasso) y su
“Paisaje zapatista”.
diego rivera
“Paisaje zapatista”, Diego Rivera
picasso
“Hombre apoyado en una mesa”,
Pablo Picasso
En una entrevista que concedió su
hija hace algún tiempo, se relata cómo Rivera decía que el español era un genio
indudable, pero un hombre carente de originalidad y del que todos sus amigos
artistas tenían que esconder sus obras cuando les visitaba para evitar un
plagio. Era respetado y reconocido, eso sin duda, pero los constantes parecidos
de su obra con la de otros cercanos ya llegaba demasiado lejos.
Después de que Diego lo acusara
por copiar este cuadro, la relación murió definitivamente, y éste decía que
Picasso copiaba a todos los artistas. Cuántos lienzos de Pablo eran auténticos;
cuántos un plagio, alegaba Rivera. Tal vez esto no lo podamos averiguar nunca,
tampoco se trata de demeritar la producción del cubista más famoso, o de
ensalzar el espíritu mexicano con una defensa a Diego Rivera. Sólo estamos en
un peldaño de la historia del que más nos vale estar conscientes al momento de
observar el contexto en que dos gigantes se hicieron crecer aún más.
Para conocer sus opiniones al
respecto y demás escenarios de su vida, se puede consultar “Memoria y razón de
Diego Rivera”, obra autobiográfica que el muralista mexicano dictó a Loló de la
Torriente.
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