miércoles, 27 de enero de 2016

EDUCAR PARA UN MÉXICO INTERCULTURAL



Por qué educar para la interculturalidad? La educación puede combatir las dos asimetrías educativas que hemos descrito arriba. También es capaz de formar futuros ciudadanos comprometidos con el combate de otras asimetrías. La educación puede formar para la democracia y la ciudadanía, y puede formar en valores. Por eso, es capaz de formar para la interculturalidad.

Educar para la interculturalidad implicará retos distintos para diferentes poblaciones, durante un largo periodo, debido fundamentalmente a que la larga historia de discriminación y dominación cultural en México supone trabajar con la población indígena, de manera muy importante y casi central al principio, en torno a la valoración de lo propio que, debido al racismo introyectado, ha sido menospreciado por ellos mismos en muchos casos.

Así, en el caso de poblaciones indígenas, la educación debe luchar contra los propósitos de homogeneización que han prevalecido en el pasado. Cierto que hay propósitos educativos que deben ser iguales para todos los estudiantes del país. Estos propósitos, sin embargo, tienen más que ver con habilidades básicas y superiores de pensamiento, así como con valores morales (sociales) orientados a la convivencia, que con la transmisión de conocimientos. Esta última es mucho más vulnerable al sesgo –o a los intentos de imposición– cultural. Pero más allá de eso, la educación destinada a las poblaciones indígenas debe perseguir un bilingüismo equilibrado como producto de la etapa básica.

La lengua es la forma más eficaz y económica de nombrar la cultura, y el domino de la lengua propia es lo que permite mantenerla dinámica y seguirla fortaleciendo. Cuando se pierde una lengua, es muy probable que se deje de nombrar la cultura, y que con la lengua se vaya perdiendo también esta última. Por otra parte, es esencial que la población indígena domine el español como la lengua franca en un país plurilingüe, pues sólo ello le permitirá gozar de iguales oportunidades y derechos frente a y en la sociedad más amplia.

Pero el dominio de la lengua propia no resulta suficiente. Además, es indispensable que conozcan su cultura –que la escuela se erija como la institución que también reproduce la cultura propia, además de presentar la nacional y las demás culturas del mundo– y que se logre la valoración de la propia identidad. Si esto no se logra, las relaciones con los otros –en este caso los miembros de la cultura dominante–, desde una posición de igualdad no resulta posible.

Los indígenas deben poder relacionarse con los otros históricamente dominantes desde la fortaleza de su propia autoestima individual y cultural. Estos propósitos educativos, por otra parte, deben perseguirse a todos los niveles educativos y no sólo, como hasta hace muy poco, hasta la primaria.

Una condición fundamental para combatir la asimetría escolar entre la población indígena es asegurar una educación de muy alta calidad, una educación capaz de asegurar no solamente los resultados de aprendizaje deseados, sino de atraer y de retener a la población indígena durante el tiempo necesario para lograrlos –al menos durante la educación básica–. La calidad, sin embargo, no se puede obtener de la misma manera y a través de los mismos medios en contextos culturales diferentes. La educación destinada a la población indígena debe ser lingüística y culturalmente pertinente, debe pasar la prueba de la utilidad para la vida actual y futura de sus alumnos. Debe ser capaz de desarrollar en los alumnos habilidades superiores de pensamiento, en relación con sus propios valores, conocimientos, sabiduría, cosmovisión; habilidades superiores capaces de facilitar el diálogo con otros conocimientos y valores producidos por otras culturas y capaces de proporcionarles oportunidades de aprendizaje significativo.

Con la población mestiza, que en el caso de nuestro país es la mayoría, se requiere transitar por tres etapas y a través de dos saltos epistemológicos. La primera etapa se refiere al conocimiento de nuestra diversidad. Es muy difícil exigirle a alguien que respete lo que no conoce. Sin embargo, hasta hace muy poco, el currículum de la educación básica, así como el de los otros niveles educativos, no ha incluido el conocimiento sobre los indígenas que viven actualmente en nuestro país. Los indígenas se quejan, y con razón, porque, como ellos mismos lo señalan, “los alumnos aprenden sobre los indios muertos, pero no sobre los indios vivos”. El conocimiento sobre las culturas indígenas –lo que saben y lo que creen; sus mitos y rituales; su visión de la historia, lo que valoran y cómo lo enseñan; su cosmovisión–, debe incluirse de manera transversal en todas las asignaturas del currículum escolar, en todos los grados y a todos los niveles. El propósito no es la transmisión de estos conocimientos, sino despertar la capacidad de asombro sobre nuestra diversidad cultural y su riqueza, así como el deseo de conocer más sobre la misma. 

La segunda etapa es el desarrollo del respeto por los otros diferentes. El respeto es posible una vez que se obtiene el conocimiento. Sin embargo, el respeto no es una consecuencia automática del conocimiento. Es necesario desarrollarlo de manera intencional y sistemática. Se requiere un primer salto epistemológico del conocimiento al respeto. 

Aquí es donde interviene la formación en valores en el proceso educativo. El desarrollo profundo de criterios morales se basa en el respeto fundamental a la persona: es ella la única responsable de construir su propio esquema valoral. La escuela, sin embargo, tiene la obligación de proporcionarle amplia información y múltiples oportunidades de reflexión, diálogo y discusión sobre situaciones valorales y dilemas morales, graduadas de lo sencillo a lo complejo y de lo cercano a lo lejano, tanto en tiempo como en espacio. Esto debe ocurrir a través de la educación básica y media superior, al menos, a fin de permitir el descubrimiento de la dignidad de toda persona, y por tanto, del respeto a y del valor de la justicia. Estos son los criterios fundamentales para juzgar los actos propios y los de los demás y, ojalá, de actuar en consecuencia (Kohlberg, 1992).

El respeto también se desarrolla al descubrir que las sociedades respetuosas son posibles. La escuela es una microsociedad que puede vivir el respeto como un principio básico de convivencia y de regulación de las relaciones interpersonales y grupales dentro de la escuela y en relación con la comunidad.

La tercera etapa es la apreciación de la diversidad. El respeto es importante, pero no es suficiente. Un segundo salto epistemológico del respeto al aprecio de la diversidad es necesario. El aprecio de la diversidad es la consecuencia de vivir experiencias de aprendizaje a partir del otro diferente. Cuando es posible hacer esto dentro del aula o la escuela debido a su composición culturalmente heterogénea, es relativamente fácil lograrlo. Las aulas y las escuelas heterogéneas son en este sentido privilegiadas, ya que son capaces de vivir la transición de la pluriculturalidad a la interculturalidad.

Sin embargo, cuando la composición del aula es culturalmente homogénea, entonces será necesario importar la diversidad a la vida del aula, mediante recursos como: las narrativas, las simulaciones, las novelas, los poemas, las noticias del periódico, los dilemas morales, videos y películas, entre otros. Éstos ayudan a los alumnos a entrar en contacto con formas diferentes de valorar, de producir, de resolver problemas, de entender el mundo. Siempre resultarán enriquecedoras y debieran ser utilizados ampliamente en las aulas. 

La apreciación de la diversidad es lo que verdaderamente combate el racismo. Una vez que logramos apreciar al otro diferente, por su misma diferencia aprendemos algo nuevo y nos enriquecemos como personas. Resulta natural transferir este aprecio por quien nos enriquece a quienes compartimos la misma diferencia, y como consecuencia, se desmonta el racismo.

La educación intercultural debe ser para toda la población, o no es intercultural. Las tres etapas mencionadas deben desarrollarse con todos los sectores de la población, incluyendo la población indígena. La única diferencia es que, con los indígenas, el punto de partida es el aprecio por su propia cultura, que ha sido históricamente oprimida y menospreciada, y que por lo mismo requiere fortalecimiento y valoración.

En países pluriculturales –y prácticamente todos los países lo son– la educación en valores debe incluir la educación intercultural. De otra forma, como hemos señalado, la verdadera democracia no es posible. Es cierto que las escuelas no son las únicas instituciones sociales que debieran asumir este propósito, pero, sin duda, representan la única institución social que puede hacerlo de manera explícita, sistemática y transparente. La educación intercultural se convierte en uno de los retos educativos más importantes en sociedades cada vez más complejas y diversas.




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