sábado, 23 de enero de 2016

LA VIDA SIMPLE: LA SOLEDAD TAMBIEN ES UN PLACER

¿Y si os digo que prefiero la vida en una cabaña que el estrés de las ciudades?. Siempre pensé que por esto estaba algo falta de razón, pero es a raíz de la lectura de La vida simple de Sylvain Tesson cuando comienzo a pensar que mi sueño no es algo tan descabellado. Que compartir tus mejores momentos con la soledad se hace a veces una necesidad y la mejor solución en el mundo de hoy. La calma brilla por su ausencia. Ya no se valora el tiempo individual.

Después de dedicar parte de su vida a la aventura, este geólogo francés decide abandonar los problemas e irse a vivir durante seis meses a la taiga rusa, cerca del lago Baikal. Y para ello consigue una isba (cabaña) y se surte de los víveres necesarios para sobrevivir: comida la justa, mucho vodka y unos sesenta libros. La combinación perfecta para disfrutar de los grandes placeres de la vida. Y valorar algo tan aparentemente simple como la naturaleza y la paz que esta emana.





“Me prometí entonces vivir varios meses en una cabaña, solo. El frío, el silencio y la soledad son estados que en el futuro serán más preciosos que el oro. En una Tierra superpoblada, recalentada, ruidosa, una cabaña en el bosque es la utopía”.


Con infinitas frases como la anterior, el libro está construido como un diario dónde el autor nos describe sus sentimientos y pareceres ante una naturaleza antes apenas inexplorada. Es un ejercicio de observación, acompañada ésta de citas de escritores célebres que hacen que a una le entren ganas de subrayar todo el libro por lo que tiene de profundo. Se puede hablar de este libro como si fuese una oda a la cabaña, a la manera de vivir del ermitaño, a una forma de vida que siempre estará ahí como una válvula de escape a los problemas. Y es que el bosque nunca nos falla.

Detrás de toda esa observación, nos encontramos con una fuerte crítica social. Es evidente que el estrés que vive el autor funciona como excusa perfecta para emprender dicho viaje.  El estilo de vida desenfrenado de este mundo nuestro, el aumento incesante de la tecnología aún a expensas de una menor comunicación interpersonal, el consumismo, esas ansias incesantes de querer atrapar cada momento vivido con una cámara, son todos ellos factores que llevan al hombre a una continua sensación de tristeza y de no disfrutar ese “carpe diem” del que tanto hablamos. Hay una dualidad entre aquello que convive en las ciudades y lo que nos puede proporcionar la naturaleza. Cada uno que reflexione.

En cuanto al estilo, hay que decir que el libro no tiene un elemento intrigante, más bien se lee por el mero hecho de estar delante de una novela de reflexión, de búsqueda de uno mismo, de anhelo de estar en dicha cabaña viviendo en esa paz interior que también describe Tesson y que sabe condensar en su justa medida (el libro tiene una extensión acorde al tema). La isba es el simbolismo para defender un ecologismo que lleve a una vuelta a la tierra. Y hay ideas tan palpitantes a lo largo de toda la novela que no te dejan parar, como si abandonar la lectura te llevase a regresar a este ajetreado mundo. La lectura es para el autor una válvula de escape que forma parte de la desconexión en la cabaña, además de que esta conjuga los valores de soledad e inmensidad.


Este libro me hizo recordar la idea de Daniel Goleman (quien recientemente acaba de publicar Focus) sobre encontrar el “momento mindfulness”, o lo que es lo mismo, el momento para meditar y reflexionar. Todo ser humano tiene necesidad de ello. Tesson lo cumple. Todo el libro tiene ese momento de calma, y sólo hacia el final éste parece romperse a raíz de una experiencia amorosa. Sólo a partir de aquí, la soledad se verá impregnada por el dolor de una pérdida

Recordando y recordando, también me viene a la mente el que se considera el primer documental de la historia, Nanuk, el esquimal (1922), dirigido por Robert Flaherty y que cuenta la historia de una familia esquimal con la que el autor convive durante dos años y medio. Aunque las similitudes no son muchas,personalmente, el iglú en el que vive la familia me lleva hacia la isba de Tesson. Y aunque existan ciertos años de distancia y otros tantos quilómetros entre un lugar y otro, lo cierto es que el ser humano siempre ha valorado mucho los momentos de unión plena con la naturaleza, ya que la calma que nos proporciona no puede ser cambiada.

Para terminar, dejo una cita del libro que, aunque simple, recoge todo lo que el autor quiere trasmitir:


“El tiempo el tiempo el tiempo el tiempo

el tiempo el tiempo el tiempo el tiempo

el tiempo el tiempo

¿Y?

¡Ya pasó!”

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