¿CÓMO SE NOS DA A CONONOCER DIOS?
(Según documentos de la Iglesia. DV)
Naturaleza y objeto de la revelación
2. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a
conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de
Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen
consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios
invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con
ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía.
Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente
conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de
la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por
las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el
misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de
la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un
tiempo mediador y plenitud de toda la revelación
Preparación de la revelación evangélica
3. Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los
hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el
camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a
nuestros primeros padres ya desde el principio. Después de su caída alentó en
ellos la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención, y tuvo
incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que
buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras. En su tiempo llamó
a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego instruyó por los
Patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único,
vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperaran al
Salvador prometido, y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el
camino del Evangelio.
En Cristo culmina la revelación
4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por
los Profetas, "últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo".
Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los
hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios;
Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, "hombre enviado, a los
hombres", "habla palabras de Dios" y lleva a cabo la obra de la
salvación que el Padre le confió. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al
Padre-, con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras,
señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de
entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la
revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros
para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la
vida eterna.
La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y
definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública
antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim.,
6,14; Tit., 2,13).
La revelación hay que recibirla con fe
5. Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de
la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando
"a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad", y
asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por El. Para profesar esta fe
es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos
del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los
ojos de la mente y da "a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad".
Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu
Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones.
Las verdades reveladas
6. Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí
mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los
hombres, "para comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la
comprensión de la inteligencia humana".
Confiesa el Santo Concilio "que Dios, principio y fin de
todas las cosas, puede ser conocido con seguridad por la luz natural de la
razón humana, partiendo de las criaturas"; pero enseña que hay que
atribuir a Su revelación "el que todo lo divino que por su naturaleza no
sea inaccesible a la razón humana lo pueden conocer todos fácilmente, con certeza
y sin error alguno, incluso en la condición presente del género humano.
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