IMÁGENES Y CONCEPCIÓN DE LA IGLESIA
Las varias figuras de
la Iglesia
6. Del mismo modo que en el
Antiguo Testamento la revelación del Reino se propone muchas veces bajo
figuras, así ahora la íntima naturaleza de la Iglesia se nos manifiesta también
bajo diversos símbolos tomados de la vida pastoril, de la agricultura, de la
construcción, de la familia y de los esponsales que ya se vislumbran en los
libros de los profetas.
La Iglesia es, pues, un
"redil", cuya única y obligada puerta es Cristo (Jn.,
10,1-10). Es también una grey, cuyo Pastor será el mismo Dios, según las
profecías (cf. Is., 40,11; Ez., 34,11ss), y cuyas ovejas aunque
aparezcan conducidas por pastores humanos, son guiadas y nutridas
constantemente por el mismo Cristo, buen Pastor, y jefe rabadán de pastores
(cf. Jn., 10,11; 1Pe., 5,4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn.,
10,11-16).
La Iglesia es
"agricultura" o labranza de Dios (1Cor., 3,9). En este campo
crece el vetusto olivo, cuya santa raíz fueron los patriarca,s en la cual se
efectuó y concluirá la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rom.,
11,13-26). El celestial Agricultor la plantó como viña elegida (Mt.,
21,33-43; cf. Is., 5,1ss). La verdadera vid es Cristo, que comunica la
savia y la fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que estamos
vinculados a El por medio de la Iglesia y sin El nada podemos hacer (Jn.,
15,1-5).
Muchas veces también la
Iglesia se llama "edificación" de Dios (1Cor., 3,9). El mismo
Señor se comparó a la piedra rechazada por los constructores, pero que fue
puesta como piedra angular (Mt., 21,42; cf. Act., 4,11; 1 Pe.,
2,7; Sal., 177,22). Sobre aquel fundamento levantan los apóstoles la
Iglesia (cf. 1Cor., 3,11) y de él recibe firmeza y cohesión. A esta
edificación se le dan diversos nombres: casa de Dios (1Tim., 3,15), en
que habita su "familia", habitación de Dios en el Espíritu (Ef.,
2,19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap., 21,3) y, sobre todo,
"templo" santo, que los Santos Padres celebran representado en los
santuarios de piedra,y en la liturgia se compara justamente a la ciudad santa,
la nueva Jerusalén. Porque en ella somos ordenados en la tierra como piedras
vivas (1Pe., 2,5). San Juan, en la renovación del mundo contempla esta
ciudad bajando del cielo, del lado de Dios ataviada como una esposa que se
engalana para su esposo (Ap., 21,1ss).
La Iglesia, que es llamada
también "la Jerusalén de arriba" y madre nuestra (Gal., 4,26;
cf. Ap., 12,17), se representa como la inmaculada "esposa" del
Cordero inmaculado (Ap., 19,1; 21,2.9; 22,17), a la que Cristo "amó
y se entregó por ella, para santificarla" (Ef., 5,26), la unió consigo
con alianza indisoluble y sin cesar la "alimenta y abriga" (cf. Ef.,
5,24), a la que, por fin, enriqueció para siempre con tesoros celestiales, para
que podamos comprender la caridad de Dios y de Cristo para con nosotros que
supera toda ciencia (cf. Ef., 3,19). Pero mientras la Iglesia peregrina
en esta tierra lejos del Señor (cf. 2Cor., 5,6), se considera como
desterrada, de forma que busca y piensa las cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la diestra de Dios, donde la vida de la Iglesia está escondida con
Cristo en Dios hasta que se manifieste gloriosa con su Esposo (cf. Col.,
3,1-4).
La Iglesia, Cuerpo
místico de Cristo
7. El Hijo de Dios,
encarnado en la naturaleza humana, redimió al hombre y lo transformó en una
nueva criatura (cf. Gal., 6,15; 2Cor., 5,17), superando la muerte
con su muerte y resurrección. A sus hermanos, convocados de entre todas las
gentes, los constituyó místicamente como su cuerpo, comunicándoles su Espíritu.
La vida de Cristo en este
cuerpo se comunica a los creyentes, que se unen misteriosa y realmente a
Cristo, paciente y glorificado, por medio de los sacramentos. Por el bautismo
nos configuramos con Cristo: "Porque también todos nosotros hemos sido
bautizados en un solo Espíritu" (1Cor., 12,13). Rito sagrado con
que se representa y efectúa la unión con la muerte y resurrección de Cristo:
"Con El hemos sido sepultados por el bautismo, par participar en su
muerte", mas si "hemos sido injertados en El por la semejanza de su
muerte, también lo seremos por la de su resurrección" (Rom.,
6,4-5). En la fracción del pan eucarístico, participando realmente del cuerpo
del Señor, nos elevamos a una comunión con El y entre nosotros mismos.
"Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos
participamos de ese único pan" (1Cor., 10,17). Así todos nosotros
quedamos hechos miembros de su cuerpo (cf. 1Cor., 12,27), "pero
cada uno es miembro del otro" (Rom., 12,5).
Pero como todos los miembros
del cuerpo humano, aunque sean muchos, constituyen un cuerpo, así los fieles en
Cristo (cf. 1Cor., 12,12). También en la constitución del cuerpo de
Cristo hay variedad de miembros y de ministerios. Uno mismo es el Espíritu que
distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia, según sus riquezas y
la diversidad de los ministerios (cf. 1Cor., 12,1-11). Entre todos estos
dones sobresale la gracia de los apóstoles, a cuya autoridad subordina el mismo
Espíritu incluso a los carismáticos (cf. 1Cor., 14). Unificando el
cuerpo, el mismo Espíritu por sí y con su virtud y por la interna conexión de
los miembros, produce y urge la caridad entre los fieles. Por tanto, si un
miembro tiene un sufrimiento, todos los miembros sufren con el; o si un miembro
es honrado, gozan juntamente todos los miembros (cf. 1Cor., 12,26).
La cabeza de este cuerpo es
Cristo. El es la imagen del Dios invisible, y en El fueron creadas todas las
cosas.. El es antes que todos, y todo subsiste en El. El es la cabeza del
cuerpo que es la Iglesia. El es el principio, el primogénito de los muertos,
para que tenga la primacía sobre todas las cosas (cf. Col., 1,5-18). El
domina con la excelsa grandeza de su poder los cielos y la tierra y lleva de
riquezas con su eminente perfección y su obra todo el cuerpo de su gloria (cf. Ef.,
1,18-23).
Es necesario que todos los
miembros se asemejen a El hasta que Cristo quede formado en ellos (cf. Gal.,
4,19). Por eso somos asumidos en los misterios de su vida, conformes con El,
consepultados y resucitados juntamente con El, hasta que reinemos con El (cf. Fil.,
3,21; 2Tim., 2,11; Ef., 2,6; Col., 2,12 etc). Peregrinos
todavía sobre la tierra siguiendo sus huellas en el sufrimiento y en la
persecución, nos unimos a sus dolores como el cuerpo a la Cabeza, padeciendo
con El, para ser con el glorificados (cf. Rom., 8,17).
Por El "el cuerpo
entero, alimentado y trabado por las coyunturas y ligamentos, crece con
crecimiento divino" (Col., 2,19). El dispone constantemente en su
cuerpo, es decir, en la Iglesia, los dones de los servicios por los que en su
virtud nos ayudamos mutuamente en orden a la salvación, para que siguiendo la
verdad en la caridad, crezcamos por todos los medios en El, que es nuestra
Cabeza (cf. Ef., 4,11-16).
Mas para que incesantemente
nos renovemos en El (cf. Ef., 4,23), nos concedió participar en su
Espíritu, que siendo uno mismo en la Cabeza y en los miembros, de tal forma
vivifica, unifica y mueve todo el cuerpo, que su operación pudo ser comparada
por los Santos Padres con el servicio que realiza el principio de la vida, o el
alma, en el cuerpo humano.
Cristo, en verdad, ama a la
Iglesia como a su propia Esposa, como el varón que amando a su mujer ama su
propio cuerpo (cf. Ef., 5,25-28); pero la Iglesia , por su parte, está
sujeta a su Cabeza (Ef., 5,23-24). "Porque en El habita
corporalmente toda la plenitud de la divinidad" (Col., 2,9), colma
de bienes divinos a la Iglesia, que es su cuerpo y su plenitud (cf. Ef.,
1,22-23), para que ella anhele y consiga toda la plenitud de Dios (cf. Ef.,
3,19).
La Iglesia visible y
espiritual a un tiempo
8. Cristo, Mediador único,
estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad en este
mundo como una trabazón visible, y la mantiene constantemente, por la cual
comunica a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos
jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reunión visible y comunidad
espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no
han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida
por un elemento humano y otro divino. Por esta profunda analogía se asimila al
Misterio del Verbo encarnado. Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo
divino como órgano de salvación a El indisolublemente unido, de forma semejante
a la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica,
para el incremento del cuerpo (cf. Ef., 4,16).
Esta es la única Iglesia de
Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica, la que
nuestro Salvador entregó después de su resurrección a Pedro para que la
apacentara (Jn., 24,17), confiándole a él y a los demás apóstoles su
difusión y gobierno (cf. Mt., 28,18), y la erigió para siempre como
"columna y fundamento de la verdad" (1Tim., 3,15). Esta
Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, permanece en
la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en
comunión con él, aunque pueden encontrarse fuera de ella muchos elementos de
santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo,
inducen hacia la unidad católica.
Pero como Cristo efectuó la
redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia es la llamada a
seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la
salvación. Cristo Jesús, "existiendo en la forma de Dios, se anonadó a sí
mismo, tomando la forma de siervo" (Fil., 2,69), y por nosotros,
"se hizo pobre, siendo rico" (2Cor., 8,9); así la Iglesia,
aunque el cumplimiento de su misión exige recursos humanos, no está constituida
para buscar la gloria de este mundo, sino para predicar la humildad y la
abnegación incluso con su ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a
"evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos" (Lc.,
4,18), "para buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc.,
19,10); de manera semejante la Iglesia abraza a todos los afligidos por la
debilidad humana, más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen
de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y
pretende servir en ellos a Cristo. Pues mientras Cristo, santo, inocente,
inmaculado (Hebr., 7,26), no conoció el pecado (2Cor., 5,21),
sino que vino sólo a expiar los pecados del pueblo (cf. Hebr., 21,7), la
Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al mismo tiempo
que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la
renovación.
La Iglesia, "va
peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios,
anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El venga (cf. 1 Cor.,
11,26). Se vigoriza con la fuerza del Señor resucitado, para vencer con
paciencia y con caridad sus propios sufrimientos y dificultades internas y
externas, y descubre fielmente en el mundo el misterio de Cristo, aunque entre
penumbras, hasta que al fin de los tiempos se descubra con todo esplendor.
Básico para la formación de nuestros jóvenes
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