lunes, 18 de enero de 2016

La violencia en el hogar y sus consecuencias en la sociedad.



                            

                                     Víctimas silenciosas de la violencia familiar

Son miles las víctimas silenciosas que viven cotidianamente la violencia familiar. Día a día, menores, adolescentes, mujeres y ancianos sufren la crueldad de otros familiares.  Lo peor de esta realidad es que este silencio es acompañado de su entorno social.  Cuando ya es inevitable que se manifieste la brutalidad de la violencia extrema, se rompe el silencio y es cuando nos enterarnos, nos asombramos y reaccionamos escandalizados, sin reflexionar que en muchas ocasiones hemos sido responsables, testigos y hasta cómplices de esta violencia.


El primer descubrimiento de violencia familiar que salió a la luz pública fue el maltrato infantil, posteriormente la violencia matrimonial (contra las mujeres) y por último: la violencia contra los ancianos.

Desde siglos atrás ha existido la violencia familiar, pero, ¿por qué ha sido su descubrimiento tan lento y reciente? Lo primero que debemos entender  para responder a esta pregunta es que los problemas más sociales no existen por sí solos.
Somos nosotros como sociedad quienes determinamos cuándo ciertas condiciones sociales se convierten en problema social;  en otras palabras: un problema social como la violencia familiar no existe para una sociedad hasta que esa sociedad lo reconoce como tal. Es por ello que apenas empezamos a dar atención a las distintas formas de violencia familiar.

Nuestra sociedad no puede ser saludable en tanto haya padres y familias que niegan las crueldades aplicadas a niños indefensos, abusos y  humillaciones a los adolescentes, amenazas e insultos a las mujeres y tratos despiadados a los ancianos.  Es inevitable que quienes reciben maltrato, poco a poco se les va mutilando el espíritu.  Por otro lado, señalar el problema no nos revela de la responsabilidad de poner en práctica verdaderas soluciones.



Debemos empezar por averiguar lo que podemos cambiar y lo que debemos hacer en nuestra familia para disminuir la incidencia de la violencia. Esperar una cura milagrosa para combatir la violencia es un acto de inutilidad y egoísmo.

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