La ambivalencia, que es la naturaleza propia de la creación cervantina, alcanza en la segunda parte notas de hipertrofia delirante, casi paroxística en muchos capítulos, en particular los que tienen que ver con los duques, que en conjunto rebasan la tercera parte del volumen. El "entreverado loco lleno de lúcidos intervalos" que es el protagonista a juicio del joven poeta Lorenzo de Miranda, personaje de esta segunda parte, quizá pierda algunas notas de su personalidad disparatada de 1605 pero sólo para ganar una locura más honda y melancólica, fatalista si se quiere, y de hecho cargada de matices contradictorios que la perfilan con mayor nitidez.
Quizá el momento donde se advierte más claramente el desencanto de don Quijote no ocurre cuando es vencido por el caballero de la Blanca Luna ni cuando, en lecho de muerte, trata de convencer a Sancho de que ya es hombre cuerdo y que lo disculpe por haberlo embarcado en tanta desastrosa empresa, sino cuando, cerca de la mitad de este Quijote de 1615, se da cuenta de que la "canalla malvada" de algunos molineros lo ha rescatado de morir en unas grandes aceñas, e incluso le reclama el destrozo de un barco y el apuro en que los ha metido: "Dios lo remedie", dice don Quijote, "que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más. "Cansado más del alma que del cuerpo, fatigado porque nadie advierte que quien realmente se precipita Ebro abajo es el sentido del mundo y no la barca en que viaja con Sancho, el protagonista de la novela se derrumba internamente sólo para seguir adelante, con su habitual y desaforada ciclotimia, en el capitulo siguiente.
Este don Quijote de la segunda parte nos parece, pues, como un ser mucho más elaborado y desconcertante, uno que lo mismo puede descender a la cueva de Montesinos y alegar que vio ahí a Dulcinea encantada "pasando la charola", como decimos en México (esto es, solicitando dinero a su enamorado a través de una criada), pues, "esta que llama necesidad a donde quiera que se usa, y por todo se estiende, y a todos alcanza, y aun hasta a los encantados no perdona", que el personaje capaz de proferir, contra personas soeces o librescas, vastos denuestos de malas traducciones tanto de los libros como de la realidad.
Autor: Enrique Héctor González
La Jornada Semanal. Domingo 22 de noviembre de 2015
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