En el otro extremo de la cuerda estaba Vila-Matas con esa costumbre saludable -en ambos sentidos de la palabra- de unir hasta la disolución este y aquel géneros literarios, para la confección de obras de suyo inclasificables, al menos desde la perspectiva más ranciamente canónica, y que si hoy parece algo de los más habitual, se debe precisamente a libros como la vilamatense Historia abreviada...
De pocos autores puede decirse, como de Vila-Matas, que la suya es una sola obra por más que en su caso esté dividida en decenas de títulos, y por más que él mismo y casi todos quienes se han dado a la tarea de analizar su obra, sostengan que hay un antes y un después en determinado punto de su trayectoria: el propio autor lo ha dicho, como ya se señalo antes, y no soló respecto de la Historia abreviada..., sino también respecto de Bartleby y compañia, y no es improbable que vaya a volver a decirlo en un futuro no demasiado lejano, lo cual es prueba fehaciente de un escritor -o más ampliamente y mejor dicho: de un intelecto- en evolución constante, cuya fidelidad irrestricta a sus obsesiones no lo anclan a una sola búsqueda.
Tomado de El viento ligero en Parma (Sexto piso, 2004), el fragmento a continuación es buena prueba de lo antedicho. En él, Vila-Matas hace una vez más lo que mejor sabe: narrar ensayando, ensayar narrando, pensar con la pluma en la mano mientras cuenta y contar mientras reflexiona, todo a la vez y al mismo tiempo que despliega una galería inmensa de recuerdos, citas textuales, anécdotas, nombres de amigos, definiciones y posturas literarias.
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