viernes, 4 de diciembre de 2015

Vila-Matas y la evolución de las obsesiones (Parte IV)



¡La realidad y la ficción! Mira por dónde he ido a parar al eterno debate de las letras españolas. Ahora que me acuerdo, ¿por qué esa manía tan española, esa afición tan nacional a preguntarme, siempre que publico un nuevo libro, cuánto hay de real y de autobiográfico en él? Da igual que publique una novela sobre un loco que anda suelto por Veracruz a que publique una sobre la vida de los esquimales en Guanajuato. Siempre la misma cuestión: ¿Qué porcentaje de verdad hay en lo que usted cuenta? Durante un tiempo, con paciencia, me he limitado a dar cuerda al reloj de Nabokov: "La ficción es ficción. Calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y a la verdad. Todo gran escritor es un gran embaucador" Y punto. Pero ya me he cansado. Y es que, a pesar de que no hay día en que no vea borradas las fronteras entre la realidad y la ficción sobre las que bailo, la pregunta nacional sigue ahí, como un dinosaurio inamovible. ¿Hay realidad en su ficción?¡Toma ya!, que diría Céline. Últimamente, habiendo publicado un libro sobre Paris [se refiere a París no se acaba nunca, Anagrama, 2003], me limito a citarles a Boris Vian ("Todo en mi novela es verdad porque está todo inventado"), o bien a mí mismo ("También un relato autobiográfico es una ficción entre muchas posibles"), y muy especialmente a Roland Barthes: "Toda autobiografía es ficcional y toda ficción es autobiográfica."  
     Yo creo que mis libros deberían ser vistos como lo que realmente siempre han sido: libros escritos por personajes de novela. Un lector me pregunta ahora: ¿Lo dice de verdad? Y añade: perdone la pregunta, pero es que soy español de la verdad cristiana. Pues claro que lo digo de verdad, le contesto, pero tenga en cuenta que la verdad no es necesariamente lo opuesto de la ficción. ¿Y está seguro de esto?, me pregunta. Pues tan seguro, le respondo como de que un dictador (aquel que decía "españoles todos") está bien muerto, y el realismo de la estirpe de aquel asesino también, aunque no para los españoles todos, muchos de ellos felices viviendo en la mayoría absoluta de su realismo literario de serrín y caspa. Porque España, a pesar de la tan traída y llevada modernidad de Almodóvar, sigue siendo un país nada ambiguo y muy plano y zaplano y profunda y obscenamente inculto. Véase, sin ir más lejos, la confusión de los ministros de Aznar entre autor y narrador en el caso del libro del pájaro Migoyo. En España, con notable putrefacción artística, ministros y plebe se abrazan en su única realidad posible: la mayoría absoluta de su realismo sucio de cáscaras de gambas e insulto, serrín y escupitajo.
     ¡Son tan realistas! Así las cosas, en casa ensayo exiliarme y luego lo cuento, explico que escribo ensayos mezclados con cuentos. Quiero seguir siendo "un explorador que avanza hacia el vacío" (Kafka), y así seguir dándole a mis palabras sentido, dándoles sombra: un sentido que dice que en mi país nada ambiguo no avanzo, pero mi vida lo hará por mí exiliándose. Y bien está que así sea, me digo, mientras pienso en aquel clásico que dijo: "Mirad cómo, bien lejos de vosotros, mi vida avanza tranquila". Aunque no sé de qué clásico hablo. ¿Sabré en el vacío encontrarlo? No está entre los clásicos que aprecian los españoles todos. Lo sé. Por eso avanzo.

Autor: Julio Cesar Márquez
La Jornada Semanal. Domingo 29 de noviembre de 2015

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