sábado, 28 de noviembre de 2015

EL QUIJOTE DE CERVANTES. El verdadero aniversario (Parte VI)


La novela de Cervantes, según el célebre elogio de Américo Castro, es verdaderamente un "observatorio y fabrica de la realidad". Frente a la incesante propensión de la tecnología moderna a integrar la virtualidad en el mundo cotidiano, cuatrocientos años atrás Cervantes, con el solo imán de su insondable imaginación, consiguió ponerlo en jaque, hackear  hasta los escondrijos de sus mecanismos más recónditos y advertir cómo la idea de la realidad de un ente sobradamente más humano que muchos de quienes habitan este planeta de siete mil millones de almas, es más poderosa que la realidad en sí misma, concepto éste, el de "realidad", que solo entre comillas puede tener algún significado, según lo apuntó alguna vez Vladimir Nobok. 
     El sentido de la amistad, cocinado a través de las numerosas y diversas conversaciones que establecen don Quijote y Sancho a lo largo del libro -tan festejadas por Giovanni Papini-, asume sus más celebradas notas en la novela de 1615, pues es en esta parte donde, gozando de una autonomía que lo lleva incluso a ser gobernador de una aldea de "hasta mil vecinos" -que él asume como la "insulsa" largamente prometida por su amo-, el escudero se separa del caballero para seguir su sino propio. Es cierto: en la primera parte lo había hecho ya, pero sólo por muy poco tiempo y con el encargo de llevar una carta a Dulcinea. En esta segunda, en cambio, Sancho abandona a don Quijote para asumir el cargo que los intrigantes duques le han endilgado, y aunque por azares de su afán de burla los propios aristócratas ociosos dan al traste con tan agobiante gobierno, el hecho es que ambos personajes entienden que la separación puede ser larga o definitiva y la novela entonces va de uno a otro, alternando capítulos, sin que se inhiba en lo mínimo el apego del escudero, que recuerda constantemente los consejos que don Quijote le ha dado para su tarea ejecutiva.
     En el Quijote de 1615, además, se consolido el recurso del narrador inventado, propio de las novelas de caballería, para constituirse en un verdadero sistema de enunciación y recreación que ninguna novela de época había alcanzado, y aun es posible que no se haya conseguido después con tal destreza. Como sucede en algunas de las historias de entretenimiento caballeresco que le sirvieron de modelo, Cervantes se inventa, en el capitulo IX de la primera parte, justo después del conocidísimo y sobrevalorado episodio de los molinos de viento, uno que es mucho más trascendente: el que tiene que ver con la salida a escena de Cide Hamete Benengeli, supuesto narrador arábigo que escribió los manuscritos que hablan de las hazañas del protagonista. Nada se había dicho al respecto, y al desconcierto del lector se suma el hallazgo casi inmediato de unos "cartapacios" que continúan la historia precisamente donde se había detenido: en la lucha, espadas en alto, de don Quijote con un aguerrido vizcaíno. Narrativamente la obra se complica aún más cuando se nos advierte que el texto encontrado está en árabe y que hará su traducción un joven "morisco aljamiado" aparecido por ahí de manera asimismo azarosa.
     La novela acumulará, a partir de este momento, numerosas referencias a Benengeli, y algunas a su poco confiable traductor, en un juego que, en la segunda parte, hará del texto el espacio de una curiosa, inquietante transubstanciación narrativa con la integración al escenario lúdico de otros dos elementos: la constante alusión al Quijote apócrifo de Avellaneda (que se transforma, hacia el final del libro, en una verdadera incorporación del texto falso y de alguno de sus personajes, que dialoga en la propia novela con los de Cervantes) y una información que, desde el inicio del texto de 1615, les provee a Sancho y a don Quijote u paisano de la La Mancha: la de que sus aventuras aparecen referidas en una famosa novela escrita y publicada por un árabe de apellido Benengelli, esto es, el intranarrador del Quijote de 1615.
     La conciencia de ser personajes de ficción que adquieren entonces Sancho y don Quijote multiplica y consolida no sólo sus aventuras de la segunda parte sino su noción ontológica misma. Si ya desde la primera la delirante arrogancia del protagonista lo hizo subrayar alguna vez, frente a la objeción de cierto interlocutor, el famoso "Yo se quien soy" que, según Fernando Vallejo, la diferencia plenamente del dubitativo "To be or no to be" de su contemporáneo Hamlet, ahora, en la segunda parte, el delirio se vuelve locura inédita y razón de ser y motivo de angustia y argumento eficiente y despeñadero del espíritu para un hombre que, recordemos, se ha construido a sí mismo desde la primera página de la historia y ha contagiado y contaminado feliz o infelizmente a todo el mundo con su renuncia a ser un triste hidalgo, Alonso Quijano, para convertirse en nada menos que don Quijote de La Mancha, el personaje literario mejor construido de la literatura mundial.

Autor: Enrique Héctor González
La Jornada Semanal. Domingo 22 de noviembre de 2015

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