martes, 13 de octubre de 2015

ASOMBROSOS ACTOS DE BONDAD


Personas que hacen algo inesperado, heroico o profundamente conmovedor, como lo demuestran estas historias.

 Por Selecciones / Ingimage



EL ESCUDO
Al darse cuenta de que los árboles sacudidos por el viento podían caer sobre un grupo de niños, Nick Karol acudió en su auxilio.
Ryan stuart
Nick Karol, guía de pesca de 32 años, pisó con fuerza el pedal del freno. Frente a él, atravesado sobre el camino de Bornite Mountain, había un abeto de 50 metros de largo y unos 80 centímetros de diámetro. Bajó de su camioneta y caminó hasta el árbol. Y ahora, ¿cómo voy a llegar a casa?, se preguntó. Mientras pensaba en una solución, vio un autobús escolar detenido al otro lado del árbol caído, a 30 metros de distancia.
Estaba oscureciendo y el viento arreciaba. Terrace, en la provincia canadiense de Columbia Británica, alguna vez fue un pueblo maderero, y hoy sus casas están diseminadas en un valle muy boscoso. En 2010 una tormenta derribó decenas de abetos y cedros, y dejó muchos más con las raíces sueltas. Un nuevo grupo de árboles caía cada vez que un vendaval azotaba la zona. Nick miró el autobús, y el ventarrón lo puso nervioso. “En ese momento sólo pude pensar en una cosa: ‘No te atrevas a abandonar a esos niños’”, recuerda.
En ese instante Rachel Côté miró por la ventana. Vio a su vecino Nick, de pie frente a su casa, junto a un árbol caído, y más allá el autobús escolar que todos los días, a las 4 de la tarde, dejaba en casa a sus cinco nietos, cuyas edades iban de los 5 a los 17 años. Rachel, de 68, había vivido en el valle casi toda su vida y sabía que las condiciones del tiempo podían cambiar rápidamente; los árboles se sacudían tanto con el viento que sus copas casi tocaban el suelo. “El conductor del autobús tenía sólo 23 años”, cuenta ella. “Como no supo qué hacer, abrió la puerta y les dijo a mis nietos que corrieran a casa”. Los chicos echaron a correr, pero apenas habían avanzado unos tres metros cuando los árboles empezaron a caer, arrancados por el fuerte viento.
Rachel salió corriendo de la casa en el instante en que Nick agitó las manos en alto y les gritó a los niños que regresaran al autobús. Ellos se detuvieron, momentáneamente confundidos; justo cuando estaban dando media vuelta tres abetos cayeron y se estrellaron contra el autobús —en cuyo interior aún había otros 14 niños— y obstruyeron la puerta. El viento sonaba como una turbina de avión. Atrapados entre el vehículo y los árboles, los nietos de Rachel gritaron asustados. Nick los apremió para que corrieran a la casa. Todos lo hicieron, menos Felicity, de siete años, la más tímida del clan. Se acurrucó en medio del camino, con las manos sobre la nuca.
Nick pasó por encima del abeto derribado, corrió hasta la niña y la tomó en brazos. Al dar la vuelta oyó un crujido. “Sólo me preparé para recibir el golpe”, cuenta. Un cedro arrancó un cable eléctrico y cayó sobre la espalda de Nick. Éste gimió de dolor, pero evitó que el pesado árbol golpeara a la niña. Más árboles cayeron muy cerca de ellos. Nick echó a correr, protegiendo a Felicity con su cuerpo. “Parecía que todo el bosque iba a caer”, dice. Trepó árboles derribados y se agazapó debajo de otros, zigzagueando a través de una maraña de obstáculos: ramas, troncos y cables eléctricos.
Rachel había reunido en el porche a sus otros nietos, que estaban todos ilesos. Nick corrió hacia allí. “Todo sucedió tan deprisa, que sólo cuando los vi aparecer entre los árboles caídos me di cuenta de lo cerca que estuve de perder a mi nieta”, dice Rachel. “Habría muerto aplastada si Nick no hubiera arriesgado su propia vida”. Nick bajó a Felicity al suelo, y la pequeña corrió hacia la seguridad del 
porche. El viento se había calmado. Doliéndose por los golpes sufridos en la espalda y un brazo, Nick miró el autobús, que estaba abollado pero intacto. A lo lejos se oían las sirenas de la policía, acercándose.

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