LITERATURA Y SOCIEDAD
La literatura no sólo refleja el mundo natural y el mundo interior
o subjetivo del individuo, sino también la realidad social. Para todo ello se sirve
del lenguaje, adquisición colectiva del hombre. La conocida frase de De Bonald:
"la literatura es la expresión de la sociedad", ha servido de punto
de partida a numerosos tratadistas y teóricos a la hora de estudiar las
relaciones existentes entre ambas formas. Casi todos coinciden en afirmar que
ella no es del todo exacta; la literatura no refleja siempre la
situación social, a pesar de la creencia de Aldecoa de que "toda la
literatura es social".
El escritor puede reflejar en su obra una parte de su sociedad —la parte que él
ve o intuye—, pero nunca podrá plasmarla en su totalidad. De ahí que escribiese
Cario Bó:
"...decir,
pues, que es la sociedad la que condiciona y al mismo
tiempo
nutre a la literatura es tanto como querer mantenerse en
la
vaguedad, y como dijo Croce, aceptar una doble relación por
la cual
el crítico se vería obligado, en cada caso, a realizar cálculos
para
saber quién ha guiado la carrera, quién se ha impuesto
sobre
quién, si la sociedad o la literatura".
Afirmar, por tanto, que es la sociedad la que se impone sobre la
literatura o a la inversa, no parece tener demasiado sentido toda vez que
parece mucho más claro aceptar su mutua
influencia. De un lado la literatura se carga de proyección social, es
capaz de fomentar el establecimiento de nuevas formas sociales; de otro lado es
la sociedad la que puede a su vez intervenir en el proceso creador de la obra
literaria, bien favoreciendo la tarea del escritor, bien imposibilitándola.
(Tal parece ser el caso de algunas figuras de nuestra novelística que de
repente han interrumpido su obra: Ferlosio y algún otro).
Por otra parte, aunque es fácil admitir que el escritor posee una
absoluta libertad en el campo de lo imaginativo, se impone cada vez más la
teoría de que su labor se halla condicionada en mayor o menor grado por
tendencias de distintos grupos sociales. El carácter social de la obra
literaria ha sido analizado de manera distinta por dos corrientes críticas de
gran boga en la actualidad. La primera de ellas, la crítica marxista, que ha
llevado a su cima los estudios de sociología literaria, señala la imposibilidad
del individuo por sí mismo para elaborar una estructura mental coherente,
"una visión del mundo". Dicha estructura se manifiesta en la obra
literaria como reflejo del grupo social en que fue elaborada y el papel del
individuo transmisor de esa estructura mental coherente, apriorísticamente
dada, es incrementar su coherencia y transportarla al plano imaginativo o
artístico.
El estructuralismo genético (la segunda de las corrientes citadas)
cifra ese carácter colectivo en la relación existente entre las estructuras
internas de la obra y las estructuras mentales de los grupos sociales en que se
generan; pero la libertad del creador queda, en este caso, a salvo en el plano
de lo propiamente imaginativo.
Fue a partir del siglo XIX cuando comenzó a establecerse la
creciente división del público, según su distinto gusto literario. Surgieron
así determinadas publicaciones (revistas y folletos) destinados a los distintos
conjuntos de lectores. Es a partir de este momento cuando resulta más difícil
seguir la pista a las relaciones entre autor y público. A lo largo del presente
siglo la heterogeneidad de grupos ha ido en aumento y aquella tendencia inicial
—si bien mucho más acentuada— se continúa en nuestros días en que el escritor
es "prisionero de la ideología, de la Weltanchauímg de su público -medio
social: puede aceptarla, modificarla, rehusarla total o parcialmente, pero no
puede escapar de ella".
Todo esto nos explica la extraordinaria irrupción, la enorme fuerza
de la figura del crítico, —de importancia capital hoy—, como intermediario decisivo entre el escritor y su público,
puente o enlace entre ambas realidades, capaz de intensificar determinados
gustos o tendencias. A él le compete el intento de orientar y clarificar
criterios asumiendo este papel con serenidad, objetividad y ponderación,
rechazando el fácil servicio a la publicidad, consciente de su gran
responsabilidad en este mundo cada vez más diversificado y pluralista en que
vivimos.
Es muy importante lo que nos compartes Brenda, creo que es una pregunta fundamental ¿literatura para quiénes? Se puede pensar que la literatura sólo responde a la voluntad creativa del autor. Pero también es el reflejo del momento histórico en el que se vive. Pensar que la sociedad no influye a la creación literaria es ingenuo, así como sostener que sólo se escribe para educar a las sociedades. Es complicado colocarse en una sola postura.
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