jueves, 15 de octubre de 2015

Buen uso del vocabulario

¿Qué implica?

Usar palabras que demuestren respeto y bondad, que se comprendan fácilmente, que enriquezcan el discurso y que comuniquen fuerza y sentimiento, haciéndolo siempre de acuerdo con las normas gramaticales.
¿Por qué es importante?

Demuestra respeto al mensaje que comunicamos y dice mucho sobre nuestra actitud con relación a las personas a quienes hablamos. Influye en cómo estas responden a lo que decimos.

LAS palabras son instrumentos poderosos de comunicación. No obstante, para que cumplan un propósito específico, tenemos que escogerlas con cuidado. Una palabra puede ser apropiada en una ocasión, pero quizá tenga un efecto negativo en otras circunstancias. Una expresión muy descriptiva o vívida, utilizada impropiamente, puede convertirse en una “palabra que causa dolor”. El uso de tales expresiones tal vez sea indicativo de un habla irreflexiva y desconsiderada. Algunos términos, por tener un doble sentido, pueden ser ofensivos o denigrantes (Pro. 12:18; 15:1). Por otra parte, “la buena palabra” —la que imparte ánimo— regocija el corazón del oyente (Pro. 12:25). Encontrar los términos adecuados supone un esfuerzo, incluso para la persona sabia. La Biblia dice que Salomón fue consciente de la necesidad de hallar “palabras deleitables” y “palabras correctas de verdad” (Ecl. 12:10).

En algunos idiomas se usan ciertas expresiones para dirigirse a las personas mayores o a las que ocupan un puesto de autoridad, y otras para las que son de la misma edad o más jóvenes. Pasar por alto estos tratamientos de cortesía es de mala educación. También es muestra de mal gusto atribuirse a sí mismo expresiones de respeto que las costumbres locales reservan para los demás. En lo que respecta a la honra, la Biblia es más exigente de lo que puedan serlo la ley o tales costumbres. En ella se exhorta a los cristianos a ‘honrar a hombres de toda clase’ (1 Ped. 2:17). Quienes siguen sinceramente este consejo hablan de manera respetuosa a personas de todas las edades.
Con mucha frecuencia, quienes no son cristianos utilizan lenguaje grosero y vulgar. Quizá piensen que así añaden fuerza a lo que dicen, o tal vez solo sea reflejo de un vocabulario tristemente deficiente. Puede que le resulte difícil romper el hábito, pero no es imposible lograrlo. 
Vocabulario fácil de entender. Un requisito fundamental del buen vocabulario es que sea fácilmente comprensible (1 Cor. 14:9). Si los oyentes no entienden con facilidad las palabras que empleamos, les parecerá que les hablamos en un idioma extranjero.

Algunos términos tienen un significado especializado para las personas de una determinada profesión; son parte de su jerga diaria. Pero utilizados en un marco indebido pueden reducir su capacidad para comunicarse. Además, aunque empleemos palabras sencillas, si ahondamos demasiado en los detalles, es posible que nuestros oyentes dejen de prestar atención y empiecen a pensar en otros asuntos.

El orador considerado escoge palabras que puedan entender hasta los oyentes cuya educación es bastante limitada.

Vocabulario variado y preciso. Las buenas palabras no escasean. Utilice un léxico variado y no emplee siempre las mismas expresiones para toda situación. De ese modo la disertación será viva y expresiva. Pero ¿cómo ampliar el vocabulario?

Al leer, marque las palabras que no entienda bien y búsquelas en el diccionario. Escoja unas cuantas y procure emplearlas cuando sea apropiado. Asegúrese de pronunciarlas correctamente y de utilizarlas en el contexto debido, y no solo para atraer la atención. Si amplía el vocabulario, su expresión oral será más variada. Pero hay que tener cuidado: si pronunciamos o utilizamos mal los términos, quienes nos escuchen llegarán a la conclusión de que no sabemos de qué estamos hablando.
Nuestro propósito al ampliar el vocabulario es informar, no impresionar a los oyentes. El lenguaje complejo y altisonante centra la atención en el hablante. Nuestro deseo debe ser el de comunicar información valiosa y hacerla interesante a los que la escuchan. Recordemos el proverbio bíblico: “La lengua de los sabios hace el bien con el conocimiento” (Pro. 15:2). Si usamos palabras bien escogidas y adecuadas, fácilmente comprensibles, nuestras expresiones no serán aburridas ni carentes de atractivo, sino refrescantes y animadoras.


Procure emplear las palabras con precisión a medida que vaya ampliando su vocabulario. Hay términos que tienen un significado similar, pero matices ligeramente distintos para usarse en diferentes circunstancias. Si es consciente de ello, mejorará la claridad de su lenguaje y evitará ofender a los oyentes. Escuche con atención a las personas que hablan bien. Hay diccionarios que incluyen bajo cada entrada los sinónimos (palabras de significado similar, aunque no idéntico) y los antónimos (palabras de significado contrario). En algunos de ellos no solo encontrará diferentes expresiones para comunicar la misma idea, sino también los matices de significación que las distinguen. Le resultarán muy útiles cuando busque el término preciso para una determinada circunstancia. Antes de añadir una palabra a su vocabulario, asegúrese de que sabe qué significa, cómo pronunciarla y cuándo emplearla.

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