domingo, 18 de octubre de 2015

INTELIGENCIA EMOCIONAL


Hoy en día escuchamos mucho el concepto "inteligencia emocional", parece que fuera algo nuevo, que en realidad no lo es. Una de las características de los seres humanos, a diferencia de otros seres vivos, son las emociones. Por lo tanto, desde los primeros hombres en la tierra, existe la "inteligencia emocional" aunque no necesariamente sabían de qué se trataba.

Todas las impresiones que recibimos diariamente, cosas que vemos, olemos, tocamos, escuchamos pasan por nuestro cuerpo como impulsos eléctricos. Pasan de célula en célula hasta llegar al destino final: el cerebro. Entran al cerebro por la base, junto a la médula espinal y deben llegar al lóbulo frontal (atrás de la frente) donde sucede el pensamiento lógico, racional. Sin embargo, primero pasan por el sistema límbico (genera respuestas fisiológicas a los estímulos emocionales) en donde se producen las emociones. Este recorrido asegura que experimentemos todo emocionalmente antes que con lógica y la razón. El lóbulo frontal (la parte racional) del cerebro no puede impedir que el sistema límbico sienta las emociones,  no obstante, estas dos partes están en constante comunicación – y esa comunicación es donde se origina la inteligencia emocional.

¿Qué es la Inteligencia Emocional?  - Es la habilidad de reconocer y entender las emociones en nosotros mismos y en los demás y la habilidad de usar esa consciencia para controlar nuestro comportamiento.

Existen muchas emociones distintas, y la clave de controlarlas está en identificarlas, entenderlas, sentirlas, aceptarlas y dejarlas ir.

¿Cómo? No es tan difícil. Lo primero que debe quedar claro es que nosotros mismos somos los únicos que tenemos el poder de decidir cómo queremos sentirnos. Claro que hay muchísimos factores externos que pueden influir en ello, por ejemplo, una pelea con un ser querido, una injusticia, un chiste, la muerte de alguien, etc... Ultimadamente, cada uno de nosotros decidimos tener X o Y reacción ante dicha situación o suceso externo y elegir como nos sentirnos.

Desde pequeños, el mismo uso del lenguaje sugiere lo contrario, por eso crecemos con la idea que no somos nosotros quienes controlamos nuestras emociones, sino los demás o las situaciones a las que nos enfrentamos día a día. Por ejemplo, la frase "me hiciste enojar" insinúa que  alguien más hizo que uno yo me enojara. Le estoy dando a un tercero el increíble poder de determinar cómo me siento.

Cuando era niña, me enojaba por algo y podía pasar horas, y digo horas por que en realidad lo eran, sin poder liberarme de dicho enojo – NO SABÍA COMO – y la única que sufría, era yo. No sabía que yo podía decidir, en cuestión de segundos, dejar de sentirme así. Nadie me enseñó.

Al igual que le enseñamos a los niños a caminar, a comer solos, a controlar sus esfínteres, podemos enseñarlos a controlar sus emociones. Y como las matemáticas, los instrumentos, los deportes o los idiomas, sí lo aprenden desde pequeños, es más fácil que lo dominen el resto de su vida.

La cuestión aquí es que para poder enseñarles Inteligencia Emocional, debemos primero aprender a hacerlo nosotros y predicar con el ejemplo, ya que si los niños ven que constantemente estamos “perdiendo el control”, ellos van a aprender lo mismo, pues la principal fuente de aprendizaje de los niños es la imitación.


¿Cómo le hacemos para controlar nuestras emociones? Lo primero es poder identificarlas. Una vez que ya se apoderaron de nosotros, debemos detenernos unos segundos, respirar profundo y tratar  de identificar qué es lo que estamos sintiendo. ¿Será enojo, coraje, angustia, frustración, desesperación? Un ejercicio que ayuda mucho a que esta parte sea más rápida, es identificar las sensaciones físicas que acompañan a la emoción. Por ejemplo, cuando yo me enojo, siento como se me pone la cara más caliente y roja, incluso me duele la cabeza, siento como mis manos se tensan, todo mi cuerpo se vuelve tieso. Cuando me siento frustrada, estresada o desesperada, se me hace un “nudo” en el estómago. Cuando estoy triste, obviamente me dan ganas de llorar y en ocasiones se me quita el hambre.



Una vez identificada la emoción y las sensaciones físicas hay que tomarnos unos minutos para pensar exactamente cuál fue la razón o la situación que nos llevó a sentirnos así. Por ejemplo, mucho tráfico, alguien del trabajo no hizo lo que tenía que hacer, un niño le pegó a nuestro hijo, tuvimos una pelea con nuestra pareja, perdimos la cartera, etc…

Entonces, ya sabemos cómo nos sentimos y por qué nos sentimos así. Ahora es momento de aceptarla y permitirnos experimentar la emoción, de sentirla, ya que la única forma de pasar a través, es enfrentándola. Además, independientemente de si la aceptamos o no, la situación que la originó no va a cambiar. Evadir las emociones siempre termina mal ya que tarde o temprano, explotamos.

Desahogarnos es importante y hay formas sanas de hacerlo. Si nos sentimos tristes, se vale llorar; si nos sentimos enojados, se vale gritar o pegarle a un cojín, si nos sentimos frustrados, podemos ir a correr, en fin, lo que a cada quien le funcione.

Se dan cuenta por que decirle a los niños cosas como “no llores, no te pasó nada”,  “aguanta, los hombres no lloran”, “no es para tanto”, “quédate quieto”, “deja de gritar”, etc… les hace daño. El mensaje que les estamos dando es “no expreses lo que sientes, reprímelo”. Cuando lo que tendríamos que hacer es ayudarles a identificar qué sienten, por qué lo sienten, cómo desahogarse  y finalmente dejarlo ir. Por ejemplo, “¿Quieres llorar? Ven yo te abrazo”, ¿estás enojado? Vamos al jardín a gritar”, “veo que no logras armar ese rompecabezas y te estás frustrando, ¿por qué no vamos a dar una vuelta al parque y cuando regresemos tratas otra vez?”.

Finalmente podemos dejar ir la emoción y seguir adelante. 

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