jueves, 22 de octubre de 2015

LA VERDAD NO PUEDE SER OCULTA

LA VERDAD NO PUEDE SER OCULTA


I.  La deshonra
En una pequeña comunidad ubicada al noreste de Michoacán, 
Un joven llamado Diego Martínez, embaraza a la tierna e inocente Inés cuyo padre Iván de Vargas y Acuña había prohibido tajantemente su relación de noviazgo de ambos por no estar de acuerdo. Diego e Inés se veían a escondidas en el hermoso borde de la presa del lugar, desde donde se vislumbraban hermosos atardeceres, con ayuda de la nana de la muchacha, que la cubría de que no fuera a enterarse su padre; por su parte Diego era acompañado por su amigo inseparable que vigilaba cualquier peligro.

II. El juramento
El día en que Inés se enteró de su estado embarazo, sintió que el mundo se le desmoronaba en pedazos y corrió de prisa por las calles en penumbra y  empedradas del pueblo, en busca de su amado. Al encontrarlo, desesperada contó de su suplicio al joven, quien, por unos minutos quedo mudo, para después preguntarle a Inés que camino seguirían. Inés decidida y muerta de miedo dijo que tenían que enfrentar a su padre y decírselo antes que su estado fuera notorio; después de replicar en dos ocasiones Diego acepta y con pasos lentos y vacilantes caminaron hacia la casa de la joven donde Don Iván de Vargas y Acuña, en la puerta esperaba inmóvil y con ceño de molestia a su hija que por las calles del pueblo sola andaba. Diego Martínez saludó a Don Iván y fue directo al grano confesando de inmediato la situación en la que se encontraban; Don Iván encolerizado exigió que se casara de inmediato con Inés y respondiera por sus actos, puesto que el pueblo murmuraría enseguida. Con los ojos  cabizbajos Diego prometió a Inés delante de su padre que se haría cargo del niño que venía en camino y se casaría con ella, pero para poder hacerlo necesitaba tener los medios suficientes para sacarlos adelante y para ello iría durante el tiempo del embarazo a Estados Unidos a trabajar a la pizca con un tío cercano y regresaría para el nacimiento del niño. Partió la semana siguiente ante los ojos llorosos de su novia.

III. La espera                     
Durante los nueve meses de embarazo, Inés se dedicaba a tejer y escribir cartas a su novio, esperando con ilusión su llegada. Durante el primer mes Inés recibía una llamada cada semana, y eso la hacía muy feliz. Pero, después del segundo mes las llamadas se hicieron menos frecuentes y hasta nulas, cada que sonaba el teléfono corría ansiosa y emocionada pensando que se trataba de Diego y al no ser él, lloraba desconsolada pero se aferraba a la esperanza de su promesa.
Así pasó todo su embarazo hasta que llegó el día del alumbramiento, sin embargo Diego no aparecía, pasó un año más y  ella seguía esperando su regreso. Cuando el bebé cumplió año y medio, falleció de un paro cardiaco fulminante Iván Vargas de Acuña, Inés estaba desconsolada y sentía que el mundo caía sobre ella, un bebé a quien mantener y cuidar, el pueblo que murmuraba de ella todo el tiempo, la ausencia de su amado novio y ahora su padre muerto. Su único apoyo era su nana y su pequeño niño.

IV. El desprecio
Seis meses después de la muerte del  padre de Inés, en el pueblo se escuchaban rumores de la llegada de un muchacho guapo, en una camioneta lujosa y la cartera llena de dinero; Inés al escuchar la noticia se llenó de emoción y sin perder el tiempo fue en su búsqueda, pues su corazón le indicaba que era su amado Diego. Al llegar a la arbolada placilla principal del pueblo lo miró de lejos y reconoció al instante, exaltada corrió hacia él y lo abrazo con ternura, Diego entonces la miró con desprecio y la humilló delante de todo el pueblo; la nana que detrás de Inés venía con el pequeño bebé en brazos no pudo más que decirle al joven que le presentaba a su pequeño era su hijo; que como si supiera de tal hecho sonrió de manera innata. Sin embargo Diego con desdén y altanería los miro y afirmó que el niño no era suyo, que no tenían parecido alguno y que él no lo quería. Inés con lágrimas en los ojos le dijo a Diego que recordara la promesa que le había hecho ante su padre y en nombre de su amor; Diego ufano y burlista solo atinó a decir que el viejo ya estaba muerto y que no tenía por qué cumplir una falsa promesa.
Inés tomo a su hijo y regreso sin consuelo a su casa, y aunque sentía que su corazón estaba destrozado, decidió velar por los derechos de su hijo.

V. El juicio
Al día siguiente en cuanto salió el sol se dirigió a la cabecera municipal más cercana, pidió hablar con el juez Pedro Ruiz de Alarcón y le contó lo sucedido. El juez ante la necesidad y premura de proteger la necesidad básica del niño como lo es la alimentación, mando citar a Diego Martínez quien se negó a llegar a un acuerdo y por tanto comenzó un juicio para pensión alimenticia. El juicio corrió en tiempo y forma y por la inminente penuria del niño se desarrollaba de manera sumaria. Diego sin embargo, afirmaba que el pequeño no era su hijo y que el único supuesto testigo de lo que afirmaba Inés ya había muerto; se sentía tan seguro de sí que su actitud era arrogante, sin siquiera pasarle por la mente lo que Inés había preparado.
Ante la negación del niño por parte de su padre,  Inés confundida y llena de coraje pidió se realizara la prueba de ADN para comprobar que su hijo era también de Diego y que ambos tenían responsabilidad de sacarlo adelante  y mantenerlo. Diego rio a carcajadas sosteniendo que era absurdo, pero por orden del juez tuvo que someterse a la prueba.

VI. El veredicto
Después de dos meses de angustiosa espera para Inés; fueron citados por Juan Ruiz de Alarcón quien apoyado en los resultados positivos de la prueba de ADN, dictó sentencia de alimentos en favor de Inés y su menor hijo. Diego quedó atónito de que la ley beneficiara a una mujer que no había aportado dinero para la realización del juicio y no le quedó otro remedio más que cumplir con la ley.

VII. La conclusión
Inés dejó por completo las ilusiones que aún tenía por Diego y se dedicó a trabajar y sacar adelante a su hijo con apoyo de su nana. Diego, comprendió después de muchos tropiezos con los que perdió todo su dinero y su ostentosa camioneta, y por tanto a sus múltiples y falsos amigos, que lo importante es el valor de las personas y no lo que se puede llegar a adquirir económicamente.
Entonces intentó recuperar a Inés y su pequeño hijo, pero ya era demasiado tarde, puesto que Inés así ya lo había decidido y ahora vivía para ella y su niño.



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