miércoles, 14 de octubre de 2015

El lenguaje: lugar donde mora la poesía




  El poeta no tiene otra alternativa que inventar o crear otros mundos.
La poesía crea realidad, no ficción.
Afirmo que la poesía es realidad,
y para mí es la mayor realidad posible
porque es la que cobra
conciencia real de la infinitud.
Roberto Juarroz[1]

Poesía


La poesía, según su etimología, significa: acción, creación, fabricación, composición. ¿Pero con qué se crea algo y qué se fabrica? Sin lugar a dudas, el lenguaje es una dimensión fundamental de la existencia humana. Esa necesidad de establecer una comunicación con los otros hombres y de nombrar todo lo que habita en el mundo, incluso el lenguaje mismo ha sido el motor primero para poder crear un puente real e insoslayable para nominar al mundo. En definitiva, el lenguaje es producto de un proceso, lento, largo y complejo. Es la manifestación de ese grito interno que el primer hombre escuchó dentro de sí mismo y que inmediatamente después quiso compartir. Ese grito fue gutural, sin una articulación clara y entendible, hace miles de años. Sin embargo, todos, alguna vez, hemos escuchado ese grito a modo de eco; ese grito que ha traspasado las cavernas en la lejanía del inicio del tiempo, salido de una garganta sin concepciones ni categorías, pero que a pesar de ello, una  y otra vez, ese eco llega a nosotros como por una especie de onda sonora por parte de nuestros ancestros para manifestar irá, dolor, angustia, agonía, pero también amor, ternura, compasión, fe. Y justo es ese grito primigenio de la comunicación  por el cual experimentamos el hecho de comunicarnos con claridad. Así, la humanidad  ha buscado prolijamente construir puentes de claridad comunicativa, definiendo una y otra vez el lenguaje y las ciencias que pueden ayudar a llevar acabo semejante labor. La lingüística, la semiótica y la sociolingüística, buscan encontrar en el signo la significación que sea comunicable sin ambigüedades.
             ¿Qué sería el hombre sin el lenguaje? ¿Cómo podría entablar una comunicación con el otro si no existiera un código establecido; una lengua? ¿Y él mismo, podría, mediante la introspección, hablar del mundo? En definitiva, somos lenguaje, no sólo porque en este momento sean las palabras el medio para sostener una postura de análisis, sino que además es por medio del cual el mundo significa. Es decir, ha sido por consenso humano que todo lo existente en el mundo y más allá lleve un nombre. Cada objeto que es nombrado existe por ello. El nombre refiere  una voz que evoca al significante y que refiere inmediatamente al significado.
De modo que la importancia del lenguaje adquiere dimensiones profundamente trascedentes. El hombre, sin la palabra articulada, no podría entablar una comunicación ilimitada. Simplemente el pasado histórico que nos determina, por decirlo de alguna manera, se hubiera perdido, si sólo la oralidad estuviera presente en nuestras vidas. Es justamente la palabra escrita la que nos ha permitido comprender y analizar quiénes somos, debido a la permanencia de los mensajes que se han plasmado y conservado pese al transcurrir del tiempo. Pero aun va más allá, puesto que por ella, la palabra, es que el hombre ha logrado crear, construir, edificar, como un verdadero artista, los más bellos escritos, ya sean cuentos, novelas o poemas. Comunicar una emoción, un deseo, ha colmado a la historia humana de grandes obras, por lo que podemos apreciar que hablar con el otro es la primera función lingüística. Es enviar o recibir mensajes que permitan la interacción humana. Después, encontramos que la lengua puede ser utilizada con un fin estético. Sublimar al mundo usando las palabras, es una segunda función inesperada pero absolutamente bella. Es la posibilidad de que el individuo pueda llevar a cabo el acto de la introspección. Es ese momento en el que el individuo revisa en su interior y descubre que las posibilidades de expresar lo que piensa o siente respecto a sí mismo, la sociedad y el mundo que habita, son innumerables precisamente por la amplitud lingüística.
Finalmente, podemos entender que ha sido el hombre quién ha llenado de significación al mundo. Ha sido él, quien a lo largo de los siglos ha hecho que de la nada emerja un montón de existencia, pues el mundo es en tanto que se le nombra. Sin la palabra articulada, es decir, si el lenguaje no estuviera presente, el mundo tampoco lo estaría, al menos, no así como lo concebimos ahora. Que todo sea porque la palabra habla y ya lo dice Heidegger, que ninguna cosa sea donde falta la palabra.[2] Y justamente la poesía está llena de lenguaje, que es la materia prima para construir, crear, nuevas manifestaciones del mundo con la intención de mostrar un sentir o un pensar, pero con el fin de que sea bello y sublime. Dice Octavio Paz que
“La creación poética se inicia con violencia sobre el lenguaje. El primer acto de esta operación consiste en el desarraigo de las palabras. El poeta las arranca de sus conexiones y menesteres habituales: separados del mundo informe del habla, los vocablos se vuelven únicos, como si acabasen de nacer. El segundo acto es el regreso de la palabra: el poema se convierte en objeto de participación. Dos fuerzas antagónicas habitan el poema: una de elevación o desarraigo, que arranca la palabra al lenguaje; otra de gravedad, que la hace volver. El poema es creación original y única, pero también es lectura y recitación: participación. El poeta lo crea; el pueblo, al recitarlo lo recrea.”[3]
            El poeta no escribe sólo para sí; crea por una necesidad de su espíritu de capturar por medio de la palabra un momento de belleza pero serían palabras muertas sí solo él las repitiera una y otra vez. Por eso, la participación del otro es necesaria para que el poema adquiera un sentido. Al compartirlo, se desvela una nueva puerta para el mundo, para los otros que lo habitan. El poeta es el maestro que construye puertas, puentes, hacia alguna época de la historia de la humanidad. Abramos una puerta justamente construida en el siglo XIII, por los poetas nahuas; hagámoslo para revivir esas palabras muertas y enterradas por el olvido; para leerlas en voz alta y traer al presente a los antiguos mexicanos.



[2] “La palabra” poema  de Martin Heidegger,  http://www.heideggeriana.com.ar/textos/la_palabra.htm
[3] Paz, Octavio, “El arco y la lira”, Ed. F.C.E, México, D.F. p.39.

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