El poeta no tiene otra
alternativa que inventar o crear otros mundos.
La poesía crea realidad, no
ficción.
Afirmo que la poesía es
realidad,
y para mí es la mayor realidad
posible
porque es la que cobra
conciencia real de la
infinitud.
Roberto Juarroz[1]
Poesía
La poesía, según su etimología, significa: acción,
creación, fabricación, composición. ¿Pero con qué se crea algo y qué se
fabrica? Sin lugar a dudas, el lenguaje es una dimensión fundamental de la
existencia humana. Esa necesidad de establecer una comunicación con los otros
hombres y de nombrar todo lo que habita en el mundo, incluso el lenguaje mismo
ha sido el motor primero para poder crear
un puente real e insoslayable para nominar al mundo. En definitiva, el
lenguaje es producto de un proceso, lento, largo y complejo. Es la
manifestación de ese grito interno que el primer hombre escuchó dentro de sí
mismo y que inmediatamente después quiso compartir. Ese grito fue gutural, sin
una articulación clara y entendible, hace miles de años. Sin embargo, todos, alguna
vez, hemos escuchado ese grito a modo de eco; ese grito que ha traspasado las
cavernas en la lejanía del inicio del tiempo, salido de una garganta sin
concepciones ni categorías, pero que a pesar de ello, una y otra vez, ese eco llega a nosotros como por
una especie de onda sonora por parte de nuestros ancestros para manifestar irá,
dolor, angustia, agonía, pero también amor, ternura, compasión, fe. Y justo es
ese grito primigenio de la comunicación por el cual experimentamos el hecho de
comunicarnos con claridad. Así, la humanidad
ha buscado prolijamente construir puentes de claridad comunicativa, definiendo
una y otra vez el lenguaje y las ciencias que pueden ayudar a llevar acabo
semejante labor. La lingüística, la semiótica y la sociolingüística, buscan
encontrar en el signo la significación que sea comunicable sin ambigüedades.
¿Qué sería el hombre sin el lenguaje? ¿Cómo
podría entablar una comunicación con el otro
si no existiera un código establecido; una lengua? ¿Y él mismo, podría,
mediante la introspección, hablar del mundo? En definitiva, somos lenguaje, no
sólo porque en este momento sean las palabras el medio para sostener una
postura de análisis, sino que además es por medio del cual el mundo significa.
Es decir, ha sido por consenso humano que todo lo existente en el mundo y más
allá lleve un nombre. Cada objeto que es nombrado existe por ello. El nombre
refiere una voz que evoca al
significante y que refiere inmediatamente al significado.
De modo que la importancia del lenguaje adquiere
dimensiones profundamente trascedentes. El hombre, sin la palabra articulada,
no podría entablar una comunicación ilimitada. Simplemente el pasado histórico
que nos determina, por decirlo de alguna manera, se hubiera perdido, si sólo la
oralidad estuviera presente en nuestras vidas. Es justamente la palabra escrita
la que nos ha permitido comprender y analizar quiénes somos, debido a la
permanencia de los mensajes que se han plasmado y conservado pese al
transcurrir del tiempo. Pero aun va más allá, puesto que por ella, la palabra,
es que el hombre ha logrado crear, construir, edificar, como un verdadero
artista, los más bellos escritos, ya sean cuentos, novelas o poemas. Comunicar
una emoción, un deseo, ha colmado a la historia humana de grandes obras, por lo
que podemos apreciar que hablar con el otro
es la primera función lingüística. Es enviar o recibir mensajes que
permitan la interacción humana. Después, encontramos que la lengua puede ser
utilizada con un fin estético. Sublimar al mundo usando las palabras, es una
segunda función inesperada pero absolutamente bella. Es la posibilidad de que el
individuo pueda llevar a cabo el acto de la introspección. Es ese momento en el
que el individuo revisa en su interior y descubre que las posibilidades de expresar
lo que piensa o siente respecto a sí mismo, la sociedad y el mundo que habita,
son innumerables precisamente por la amplitud lingüística.
Finalmente, podemos entender que ha sido el
hombre quién ha llenado de significación al mundo. Ha sido él, quien a lo largo
de los siglos ha hecho que de la nada emerja un montón de existencia, pues el
mundo es en tanto que se le nombra.
Sin la palabra articulada, es decir, si el lenguaje no estuviera presente, el
mundo tampoco lo estaría, al menos, no así como lo concebimos ahora. Que todo
sea porque la palabra habla y ya lo dice Heidegger, que ninguna cosa sea donde falta la palabra.[2] Y
justamente la poesía está llena de lenguaje, que es la materia prima para
construir, crear, nuevas manifestaciones del mundo con la intención de mostrar
un sentir o un pensar, pero con el fin de que sea bello y sublime. Dice Octavio
Paz que
“La creación poética se inicia con
violencia sobre el lenguaje. El primer acto de esta operación consiste en el
desarraigo de las palabras. El poeta las arranca de sus conexiones y menesteres
habituales: separados del mundo informe del habla, los vocablos se vuelven
únicos, como si acabasen de nacer. El segundo acto es el regreso de la palabra:
el poema se convierte en objeto de participación. Dos fuerzas antagónicas
habitan el poema: una de elevación o desarraigo, que arranca la palabra al
lenguaje; otra de gravedad, que la hace volver. El poema es creación original y
única, pero también es lectura y recitación: participación. El poeta lo crea; el
pueblo, al recitarlo lo recrea.”[3]
El poeta no escribe sólo para sí; crea por una necesidad
de su espíritu de capturar por medio de la palabra un momento de belleza pero serían
palabras muertas sí solo él las repitiera una y otra vez. Por eso, la
participación del otro es necesaria
para que el poema adquiera un sentido. Al compartirlo, se desvela una nueva
puerta para el mundo, para los otros que lo habitan. El poeta es el maestro que
construye puertas, puentes, hacia alguna época de la historia de la humanidad.
Abramos una puerta justamente construida en el siglo XIII, por los poetas
nahuas; hagámoslo para revivir esas palabras muertas y enterradas por el
olvido; para leerlas en voz alta y traer al presente a los antiguos mexicanos.
[2] “La palabra” poema de Martin
Heidegger, http://www.heideggeriana.com.ar/textos/la_palabra.htm
[3] Paz, Octavio, “El arco y la lira”, Ed. F.C.E, México, D.F. p.39.
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