miércoles, 14 de octubre de 2015

LITERATURA MEXICANA 

La literatura mexicana es  ampliamente prolífica y cuenta con un gran reconocimiento internacional. Con escritores ilustres como Carlos Fuentes, Juan Rulfo y Octavio Paz, la honda tradición literaria del país continúa teniéndose en gran estima.

Con anterioridad a la colonización, los libros escaseaban en México. Los pueblos indígenas poseían un sistema de escritura propio pero su empleo estaba limitado a usos específicos. Por el contrario, tendían a depender fuertemente del uso de la tradición oral para transmitir y preservar la mitología y las narraciones.

Sin embargo, todo cambió rápidamente al llegar los colonizadores. Los exploradores europeos comenzaron a escribir relaciones sobre todo aquello que veían, analizando las nuevas tierras que acababan de descubrir. Algunos de los primeros libros sobre México fueron escritos por los descubridores y cronistas Álvaro Núñez Cabeza de Vaca y Bernal Díaz del Castillo. A medida que los españoles ejercían su autoridad en todos los campos de la cultura, los autores nativos comenzaron a recibir una influencia muy fuerte y, al poco tiempo, la literatura producida empezó a mostrar unos rasgos propios. El mestizaje entre el componente español y el indígena dio como resultado una literatura característica del México colonial. Algunos de los escritores mexicanos más prolíficos de la época son Bernardo de Balbuena, Juan Ruiz de Alarcón, Sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora.

JUAN RUIZ DE ALARCÓN 

Autor dramático que, aunque nacido en México, es considerado una de las figuras más destacadas del teatro español de los Siglos de Oro.

Era hijo de una familia acomodada de ascendencia española, ilustre sobre todo por el apellido materno. Su padre tenía una posición definida en la minería del Real de Minas de Tasco. Estudió en la Universidad de México desde 1592 y se trasladó a España en 1600, donde se graduó de bachiller en Cánones en el mismo año, y en Leyes, en 1602 (Universidad de Salamanca). Pero su estancia en España se hizo pronto económicamente difícil y sólo obtuvo apoyo de un pariente sevillano, Gaspar Ruiz de Montoya; después de ejercer sin título la abogacía en Sevilla, logró repatriarse, aunque tuvo que hacerlo probablemente en el séquito del arzobispo fray García Guerra en 1608, tras haber intentado inútilmente la vuelta en el año anterior.

Sus obras desprenden además un didactismo o enseñanza moral (vicios sociales, ideales de vida, defectos de conducta), pero que emanan del propio texto sin necesidad de violentarlo para conseguir este propósito. La acción tiene plena coherencia y el desarrollo de los personajes guarda una perfecta lógica evolutiva. En cada uno de sus trabajos se advierte su formación humanística y gran conocimiento de los clásicos.

La crítica es unánime al señalar como sus obras maestras Las paredes oyen y La verdad sospechosa. Su indudable influencia en el teatro clásico francés (Corneille), italiano (Goldoni) y español (Moreto y Moratín, entre otros) colocan al dramaturgo hispanomexicano en uno de los más altos lugares del teatro universal.

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