Mito y religión
Si algo hay que puede
caracterizar al mito es el hecho de que está "desprovisto de rima y de
razón". Si se aborda el mundo
mítico desde este lado, se tiene, en palabras de Milton, un negro océano sin
límites, sin dimensiones, donde se pierden lo largo, lo ancho, lo
profundo, el tiempo y el espacio. En cuanto al pensamiento religioso, en
modo alguno se opone necesariamente al racional o filosófico. Dentro de la lectura se trata de realizar el
labor propiamente filosófico e indagar la realidad del mito y de la religión.
Bacon escribió un tratado
especial sobre La sabiduría de los antiguos, en el que da muestras de
una gran sagacidad en la interpretación de la mitología antigua. Su
"explicación" de los fenómenos míticos resulta, una negación
entera de tales fenómenos; el mundo mítico aparece como un mundo artificial,
como un pretexto para otra cosa. Aunque el mito es ficticio se trata de una
ficción inconsciente. Según Malinowski todo mito posee, como núcleo o
realidad última, algún fenómeno natural, entretejido laboriosamente en una
fábula a tal grado que, a veces, casi lo cubre y disimula por completo. Por una
parte nos muestra una estructura "conceptual" y, por otra, una
estructura "perceptual". No es una mera masa de ideas confusas y sin
organización; depende de un modo definido de percepción. Si el mito no percibe el
mundo de un modo diferente no podría juzgarlo o interpretarlo en su manera
específica. Por lo cual se tiene que acercar a la capa más profunda de la
percepción para poder percibir que el mito no son caracteres objetivos sino fisiognómicos.
La naturaleza en su sentido empírico o científico puede ser definida como
"la existencia de las cosas en cuanto está determinada por leyes
universales", pero semejante "naturaleza" no existe para el
mito; su mundo es dramático, de acciones, de fuerzas, de poderes en pugna. En
todo fenómeno de la naturaleza no ve más que la colisión de estos poderes. La
percepción mítica se halla impregnada siempre de estas cualidades emotivas; lo
que se ve o se siente se halla rodeado de una atmósfera especial, de alegría o
de pena, de angustia, de excitación, de exaltación o postración. Y no es
posible hablar de las cosas como de una materia muerta o indiferente.
Los esfuerzos del
pensamiento científico se dirigen a borrar todo vestigio de esa primera visión;
a la nueva luz de la ciencia, la percepción mítica debe desaparecer.
Esta restricción de las
cualidades subjetivas es lo que marca la vía general de la ciencia que delimita
su objetividad pero no puede destruir por completo su realidad, pues todo rasgo
de la experiencia humana reclama su realidad. John Dewey, fue uno de los
primeros en reconocer y subrayar el derecho relativo de esas cualidades
afectivas que muestran todo su poder en la percepción mítica y son consideradas
como los elementos básicos de la realidad. Toda cualidad, en cuanto tal,
es "final"; es, a la vez, inicial y terminal; es, justamente, como
existe. Sin embargo estas cualidades inmediatas apartadas del objeto de la
ciencia se abandonaran como desligadas del objeto "real". Por lo
tanto, para explicar el modo de la percepción y de la imaginación míticas no se
debe comenzar con una crítica de ambas hechas desde el punto de vista de
nuestros ideales teóricos de conocimiento y de verdad sino acoger las
cualidades de la experiencia mítica en su "inmediato carácter
cualitativo".
Lo que se necesita no es
una explicación de meros pensamientos o creencias sino una interpretación de la
vida mítica. Aunque se llegara a analizar el mito en sus últimos elementos
conceptuales, jamás se aprendería con
este procedimiento analítico su principio vital, que es dinámico y no estático;
y que se le puede describir, únicamente, en términos de acción.
Por otro lado Durkheim
parte del principio de que no será posible explicar el mito mientras se trate
de buscar sus fuentes en el mundo físico, en una intuición de los fenómenos
naturales. Ya que afirma que no es la naturaleza sino la sociedad el verdadero
modelo del mito. Todos sus motivos fundamentales son proyecciones de la vida
social del hombre mediante las cuales la naturaleza se convierte en la imagen
del mundo social; refleja sus rasgos fundamentales, su organización y
arquitectura, sus divisiones y subdivisiones. La tesis de Durkheim ha sido
desarrollada por completo en la obra de Lévy Bruhl, pero tropieza con una
característica más general. Se describe el pensamiento mítico como pensamiento
prelógico, teniendo "causas místicas".
Para la filosofía el
carácter fundamentalmente social del mito es algo incontrovertible. Pero que
toda mentalidad primitiva sea necesariamente prelógica o mística parece una
afirmación en contradicción con las pruebas antropológicas y etnológicas.
En el campo legítimo del
mito y de la religión, la concepción de la naturaleza y de la vida humana en
modo alguno se halla desprovista de sentido racional. El mito y la religión
primitiva no son, en modo alguno, enteramente incoherentes, no se hallan
desprovistos de "sentido" o razón; pero su coherencia depende en
mucho mayor grado de la unidad del sentimiento que de reglas lógica. Esta
unidad representa uno de los impulsos más fuertes y profundos del pensamiento
primitivo. Su visión de la vida es sintética y no analítica; no se halla
dividida en clases y subclases ya que el hombre como Dios tienen el mismo valor
por lo que es sentida como un todo continuo que no admite escisión, ni
distinción tajante.
Lo que caracteriza a la
mentalidad primitiva no es su lógica sino su sentimiento general de la vida. El
hombre primitivo no mira a la naturaleza con los ojos de un naturalista que
desea clasificar las cosas para satisfacer una curiosidad intelectual, ni se
acerca a ella con intereses meramente pragmáticos o técnicos. En modo alguno le
falta al hombre primitivo capacidad para captar las diferencias empíricas de
las cosas, pero en su concepción de la naturaleza y de la vida todas estas
diferencias se hallan superadas por un sentimiento más fuerte: la convicción
profunda de una solidaridad fundamental e indeleble de la vida que
salta por sobre la multiplicidad de sus formas singulares.
Para el sentir mítico y
religioso la naturaleza se convierte en una gran sociedad, la sociedad de la
vida. Cabe mencionar que el pensamiento primitivo jamás se considera la muerte
como un fenómeno natural que obedece a leyes generales; su acaecimiento no es
necesario sino accidental. Depende, siempre, de causas singulares y fortuitas;
es obra de hechicería o de magia o de alguna otra influencia personal hostil.
En el curso de su historia
la religión permanece indisolublemente conectada e impregnada con elementos
míticos. Por otra parte, el mito, hasta en sus formas más crudas y
rudimentarias, alberga algunos motivos que, en cierto sentido, anticipan los
ideales religiosos superiores de después. El mito es, desde sus comienzos,
religión potencial.
La religión homérica dice
Murray representa una etapa en la autorrealización de Grecia y en este progreso
del pensamiento religioso se da cuenta del despertar de un nuevo vigor y una
nueva actividad del espíritu humano. Los filósofos y los antropólogos han dicho
a menudo que la fuente verdadera y última de la religión es el sentimiento de
dependencia del hombre. Según Schleiermacher la religión ha surgido del
sentimiento de absoluta dependencia de lo divino. En La rama dorada (I,
78), J. G. Frazer adopta esta tesis. "Así, la religión, que comenzó como
un reconocimiento ligero y parcial de la existencia de poderes superiores al
hombre, con el aumento del conocimiento tiende a descender a una confesión de
la dependencia entera y absoluta del hombre respecto a lo divino; su vieja
actitud libre se trueca en una actitud de la más baja postración ante los
poderes misteriosos de lo invisible."
La relación entre la magia
y la religión constituye una de las materias más oscuras y controvertidas, se
hallan combinados y fundidos en ese sentimiento fundamental de la solidaridad
de la vida; fuente común de la magia y de la religión.
La religión, por otra
parte, no tiene propósitos teóricos, es una expresión de ideales éticos. Pero
ambas ideas son insostenibles si tenemos en cuenta los hechos de la religión
primitiva. Desde un principio, la religión ha cumplido con una función teórica
y otra práctica. Contiene una cosmología y una antropología; contesta a la
cuestión del origen del mundo y de la sociedad humana; de este origen deriva
los deberes y obligaciones del hombre.
Cierto que no es aconsejable
colocar la interpretación filosófica al mismo nivel de la interpretación
mágico-mítica; sin embargo, se puede reducir ambas a una raíz común, a una capa
verdaderamente honda del sentimiento religioso.
En la historia encontramos
transiciones entre dos cosas que, en realidad, son radicalmente diferentes por
naturaleza y que, a primera vista, difícilmente pueden merecer el mismo nombre.
Para el filósofo, para el metafísico estas dos formas de religión permanecen
siempre antagónicas; no puede derivarlas del mismo origen porque son expresión
de fuerzas totalmente diferentes. La una se basa por entero en el instinto; es
el instinto de la vida quien ha creado la función mitopoyética, pero la
religión no surge del instinto ni tampoco de la inteligencia o razón. Requiere
un nuevo ímpetu, un género especial de intuición y de inspiración. Para llegar
a la verdadera esencia de la religión y comprender la historia de la humanidad
es menester pasar de la religión estática y externa a la religión dinámica,
interna. La primera estaba destinada a guardar de los peligros a que la
inteligencia podría exponer al hombre; era infraintelectual. Más tarde, y
mediante un esfuerzo que muy bien pudo no haberse realizado jamás, el hombre se
hizo libre de este movimiento de su propio eje. Se sumergió de nuevo en la
corriente de la evolución llevándola al mismo tiempo hacia adelante. Se tiene
entonces una religión dinámica aparejada, sin duda, con una intelectualidad
superior pero distinta de ésta.
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