miércoles, 14 de octubre de 2015

MITO Y RELIGIÓN Y LA CONCEPCIÓN DEL HOMBRE

Mito y religión

Si algo hay que puede caracterizar al mito es el hecho de que está "desprovisto de rima y de razón".  Si se aborda el mundo mítico desde este lado, se tiene, en palabras de Milton, un negro océano sin límites, sin dimensiones, donde se pierden lo largo, lo ancho, lo profundo, el tiempo y el espacio. En cuanto al pensamiento religioso, en modo alguno se opone necesariamente al racional o filosófico.  Dentro de la lectura se trata de realizar el labor propiamente filosófico e indagar la realidad del mito y de la religión.

Bacon escribió un tratado especial sobre La sabiduría de los antiguos, en el que da muestras de una gran sagacidad en la interpretación de la mitología antigua. Su "explicación" de los fenómenos míticos resulta, una negación entera de tales fenómenos; el mundo mítico aparece como un mundo artificial, como un pretexto para otra cosa. Aunque el mito es ficticio se trata de una ficción inconsciente. Según Malinowski todo mito posee, como núcleo o realidad última, algún fenómeno natural, entretejido laboriosamente en una fábula a tal grado que, a veces, casi lo cubre y disimula por completo. Por una parte nos muestra una estructura "conceptual" y, por otra, una estructura "perceptual". No es una mera masa de ideas confusas y sin organización; depende de un modo definido de percepción. Si el mito no percibe el mundo de un modo diferente no podría juzgarlo o interpretarlo en su manera específica. Por lo cual se tiene que acercar a la capa más profunda de la percepción para poder percibir que el mito no son caracteres objetivos sino fisiognómicos. La naturaleza en su sentido empírico o científico puede ser definida como "la existencia de las cosas en cuanto está determinada por leyes universales", pero semejante "naturaleza" no existe para el mito; su mundo es dramático, de acciones, de fuerzas, de poderes en pugna. En todo fenómeno de la naturaleza no ve más que la colisión de estos poderes. La percepción mítica se halla impregnada siempre de estas cualidades emotivas; lo que se ve o se siente se halla rodeado de una atmósfera especial, de alegría o de pena, de angustia, de excitación, de exaltación o postración. Y no es posible hablar de las cosas como de una materia muerta o indiferente.

Los esfuerzos del pensamiento científico se dirigen a borrar todo vestigio de esa primera visión; a la nueva luz de la ciencia, la percepción mítica debe desaparecer.
Esta restricción de las cualidades subjetivas es lo que marca la vía general de la ciencia que delimita su objetividad pero no puede destruir por completo su realidad, pues todo rasgo de la experiencia humana reclama su realidad. John Dewey, fue uno de los primeros en reconocer y subrayar el derecho relativo de esas cualidades afectivas que muestran todo su poder en la percepción mítica y son consideradas como los elementos básicos de la realidad. Toda cualidad, en cuanto tal, es "final"; es, a la vez, inicial y terminal; es, justamente, como existe. Sin embargo estas cualidades inmediatas apartadas del objeto de la ciencia se abandonaran como desligadas del objeto "real". Por lo tanto, para explicar el modo de la percepción y de la imaginación míticas no se debe comenzar con una crítica de ambas hechas desde el punto de vista de nuestros ideales teóricos de conocimiento y de verdad sino acoger las cualidades de la experiencia mítica en su "inmediato carácter cualitativo".


Lo que se necesita no es una explicación de meros pensamientos o creencias sino una interpretación de la vida mítica. Aunque se llegara a analizar el mito en sus últimos elementos conceptuales, jamás se  aprendería con este procedimiento analítico su principio vital, que es dinámico y no estático; y que se le puede describir, únicamente, en términos de acción.

Por otro lado Durkheim parte del principio de que no será posible explicar el mito mientras se trate de buscar sus fuentes en el mundo físico, en una intuición de los fenómenos naturales. Ya que afirma que no es la naturaleza sino la sociedad el verdadero modelo del mito. Todos sus motivos fundamentales son proyecciones de la vida social del hombre mediante las cuales la naturaleza se convierte en la imagen del mundo social; refleja sus rasgos fundamentales, su organización y arquitectura, sus divisiones y subdivisiones. La tesis de Durkheim ha sido desarrollada por completo en la obra de Lévy Bruhl, pero tropieza con una característica más general. Se describe el pensamiento mítico como pensamiento prelógico, teniendo "causas místicas".

Para la filosofía el carácter fundamentalmente social del mito es algo incontrovertible. Pero que toda mentalidad primitiva sea necesariamente prelógica o mística parece una afirmación en contradicción con las pruebas antropológicas y etnológicas.

En el campo legítimo del mito y de la religión, la concepción de la naturaleza y de la vida humana en modo alguno se halla desprovista de sentido racional. El mito y la religión primitiva no son, en modo alguno, enteramente incoherentes, no se hallan desprovistos de "sentido" o razón; pero su coherencia depende en mucho mayor grado de la unidad del sentimiento que de reglas lógica. Esta unidad representa uno de los impulsos más fuertes y profundos del pensamiento primitivo. Su visión de la vida es sintética y no analítica; no se halla dividida en clases y subclases ya que el hombre como Dios tienen el mismo valor por lo que es sentida como un todo continuo que no admite escisión, ni distinción tajante.

Lo que caracteriza a la mentalidad primitiva no es su lógica sino su sentimiento general de la vida. El hombre primitivo no mira a la naturaleza con los ojos de un naturalista que desea clasificar las cosas para satisfacer una curiosidad intelectual, ni se acerca a ella con intereses meramente pragmáticos o técnicos. En modo alguno le falta al hombre primitivo capacidad para captar las diferencias empíricas de las cosas, pero en su concepción de la naturaleza y de la vida todas estas diferencias se hallan superadas por un sentimiento más fuerte: la convicción profunda de una solidaridad fundamental e indeleble de la vida que salta por sobre la multiplicidad de sus formas singulares.

Para el sentir mítico y religioso la naturaleza se convierte en una gran sociedad, la sociedad de la vida. Cabe mencionar que el pensamiento primitivo jamás se considera la muerte como un fenómeno natural que obedece a leyes generales; su acaecimiento no es necesario sino accidental. Depende, siempre, de causas singulares y fortuitas; es obra de hechicería o de magia o de alguna otra influencia personal hostil.

En el curso de su historia la religión permanece indisolublemente conectada e impregnada con elementos míticos. Por otra parte, el mito, hasta en sus formas más crudas y rudimentarias, alberga algunos motivos que, en cierto sentido, anticipan los ideales religiosos superiores de después. El mito es, desde sus comienzos, religión potencial.

La religión homérica dice Murray representa una etapa en la autorrealización de Grecia y en este progreso del pensamiento religioso se da cuenta del despertar de un nuevo vigor y una nueva actividad del espíritu humano. Los filósofos y los antropólogos han dicho a menudo que la fuente verdadera y última de la religión es el sentimiento de dependencia del hombre. Según Schleiermacher la religión ha surgido del sentimiento de absoluta dependencia de lo divino. En La rama dorada (I, 78), J. G. Frazer adopta esta tesis. "Así, la religión, que comenzó como un reconocimiento ligero y parcial de la existencia de poderes superiores al hombre, con el aumento del conocimiento tiende a descender a una confesión de la dependencia entera y absoluta del hombre respecto a lo divino; su vieja actitud libre se trueca en una actitud de la más baja postración ante los poderes misteriosos de lo invisible."


La relación entre la magia y la religión constituye una de las materias más oscuras y controvertidas, se hallan combinados y fundidos en ese sentimiento fundamental de la solidaridad de la vida; fuente común de la magia y de la religión.
La religión, por otra parte, no tiene propósitos teóricos, es una expresión de ideales éticos. Pero ambas ideas son insostenibles si tenemos en cuenta los hechos de la religión primitiva. Desde un principio, la religión ha cumplido con una función teórica y otra práctica. Contiene una cosmología y una antropología; contesta a la cuestión del origen del mundo y de la sociedad humana; de este origen deriva los deberes y obligaciones del hombre.

Cierto que no es aconsejable colocar la interpretación filosófica al mismo nivel de la interpretación mágico-mítica; sin embargo, se puede reducir ambas a una raíz común, a una capa verdaderamente honda del sentimiento religioso.

En la historia encontramos transiciones entre dos cosas que, en realidad, son radicalmente diferentes por naturaleza y que, a primera vista, difícilmente pueden merecer el mismo nombre. Para el filósofo, para el metafísico estas dos formas de religión permanecen siempre antagónicas; no puede derivarlas del mismo origen porque son expresión de fuerzas totalmente diferentes. La una se basa por entero en el instinto; es el instinto de la vida quien ha creado la función mitopoyética, pero la religión no surge del instinto ni tampoco de la inteligencia o razón. Requiere un nuevo ímpetu, un género especial de intuición y de inspiración. Para llegar a la verdadera esencia de la religión y comprender la historia de la humanidad es menester pasar de la religión estática y externa a la religión dinámica, interna. La primera estaba destinada a guardar de los peligros a que la inteligencia podría exponer al hombre; era infraintelectual. Más tarde, y mediante un esfuerzo que muy bien pudo no haberse realizado jamás, el hombre se hizo libre de este movimiento de su propio eje. Se sumergió de nuevo en la corriente de la evolución llevándola al mismo tiempo hacia adelante. Se tiene entonces una religión dinámica aparejada, sin duda, con una intelectualidad superior pero distinta de ésta.


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