Introducción:
En
septiembre de 1942 Víktor Frankl, un eminente psiquiatra y neurólogo judío de
Viena, fue detenido y trasladado a un campo de concentración nazi junto con su
esposa y sus padres. Tres años después, cuando ese campo fue liberado, la
mayoría de sus familiares, entre ellos su esposa embarazada, estaban muertos.
Con todo él, el prisionero número 119,104, se había salvado. En su exitoso
libro El hombre en busca de sentido —que escribió en nueve días en
1946—, Frankl cuenta cómo afrontó el cautiverio, y concluye que la diferencia
entre los que sobrevivieron y los que murieron se redujo a una cosa: sentido.
Esto nos lleva de
nuevo a la vida de Viktor Frankl, específicamente a una experiencia decisiva
que tuvo antes de que lo enviaran a los campos de concentración. En los
primeros años de su vida adulta, Frankl logró establecerse como uno de los
principales psiquiatras de Viena. Para 1941, sus teorías habían recibido
atención internacional, y trabajaba como director de neurología en el Hospital
Rothschild de la capital austriaca. Allí arriesgaba la vida y su carrera
haciendo diagnósticos falsos a pacientes con enfermedades mentales para que los
nazis no los condenaran a la eutanasia.
Con su carrera en
ascenso y la amenaza de los nazis acechándolo, Frankl había solicitado visa
para emigrar a Estados Unidos, y ese año se la concedieron. Para entonces, los
nazis ya habían comenzado a llevar judíos a los campos de concentración, en
primer lugar a los mayores; Frankl sabía que era sólo cuestión de tiempo para
que fueran también por sus padres. Si esto ocurría, pensó, tendría la
obligación de ir con ellos y ayudarles a superar el trauma de adaptarse a la
vida en cautiverio.
Por otra parte,
como era un hombre recién casado y tenía una visa en la mano, se sentía tentado
a huir a Estados Unidos en busca de seguridad; creía que allí podría destacar
aún más en su campo.
Lleno de dudas,
se dirigió a la Catedral de San Esteban, en Viena, para aclarar sus ideas.
Buscaba una “señal divina”, y de vuelta en casa la encontró en forma de un
trozo de mármol encima de la mesa. Era parte de los escombros de una sinagoga
cercana que los nazis habían destruido, le explicó su padre. Contenía uno de
los Diez Mandamientos, el de honrarás a tu padre y a tu madre. Frankl decidió
quedarse.
La sabiduría que
le dejaron sus experiencias en los campos de concentración, en medio del
inimaginable sufrimiento humano, es tan relevante hoy como lo fue entonces. “El
ser humano siempre apunta, y se dirige, hacia algo o alguien que no es uno
mismo”, escribió. “Cuanto más se olvida uno de sí mismo —entregándose a servir
o amar a otras personas—, más humano es”. Al dedicar nuestra vida a “dar”, más
que a “recibir”, también reconocemos que en la vida hay algo más bueno
que la simple búsqueda de la felicidad.
Esta
obra se divide en 3 fases:
1.
Internamiento
en el campo
2.
La vida en
el campo
3.
Después de
la liberación
FASE
1: INTERNAMIENTO EN EL CAMPO
El
síntoma que caracteriza la primera fase es el shock.
Bajo ciertas condiciones el shock puede incluso preceder a la admisión formal
del prisionero en el campo.
Viajaron
durante 3 días 1500 personas aproximadamente en un tren, sin saber cuál sería
su destino. Llegaron a una estación y entraron prisioneros que llevaban uniformes rayados, tenían la
cabeza afeitada, pero parecían bien alimentados. Hay
en psiquiatría un estado de ánimo que se conoce como la "ilusión del indulto", según el cual el condenado a
muerte, en el instante antes de su ejecución, concibe la ilusión de que le
indultarán en el último segundo. También ellos se agarraban a los jirones de
esperanza y hasta el último momento creían que no todo sería tan malo. La sola
vista de las mejillas sonrosadas y los rostros redondos de aquellos prisioneros
resultaba un gran estímulo.
Dice
Frankl: -"Éramos incapaces de captar la auténtica realidad de nuestra
condición y se nos escapaba el significado de los acontecimientos". Con
esta frase podemos entender que al ver la forma infrahumana en que eran
tratados, dudaban de la existencia de la justicia y perdían sus pensamientos optimistas y la
esperanza de salir de ese lugar.
La primera selección (izquierda o derecha): los formaron en 2 filas, una de hombres y otra de mujeres y los
hicieron desfilar ante un oficial de la SS, quien los revisaba y después
señalaba hacia la izquierda o hacia la derecha. Alguien le dijo al Dr, Frankl
que si los enviaban a la derecha ("desde el punto de vista del
espectador") significaba trabajos forzados, mientras que la dirección a la
izquierda era para los enfermos e incapaces de trabajar, a quienes enviaban a
otro campo. A él lo enviaron a la derecha. Después se enteró que a quienes
enviaron a la izquierda, fueron directo al crematorio.
Desinfección:
Los pasaron a la antesala de la cámara de desinfección, donde los esperaba una
persona de la SS, les pidió que se desnudaran y pusieran sus pertenencias en
sábanas que estaban tendidas en el piso, solo les permitieron quedarse con
zapatos, cinto, gafas y braguero, rasuraron sus cabezas, todos sus
cuerpos. Ahí empezaron a recibir azotes,
y los pasaron a las duchas.
Nuestra única posesión: la existencia desnuda. Dice el Dr. Frankl: “Mientras esperábamos a ducharnos, nuestra
desnudez se nos hizo patente: nada teníamos ya salvo nuestros cuerpos mondos y
lirondos (incluso sin pelo); literalmente hablando, lo único que poseíamos era
nuestra existencia desnuda. ¿Qué otra cosa nos quedaba que pudiera ser un nexo
material con nuestra existencia anterior? Por lo que a mí se refiere, tenía mis
gafas y mi cinturón, que posteriormente hube de cambiar por un pedazo de pan”.
Las primeras reacciones. Las ilusiones que algunos de ellos conservaban todavía las fueron
perdiendo una a una; entonces, casi inesperadamente, muchos de ellos se
sintieron embargados por un humor
macabro. Supieron que nada tenían que perder como no fueran sus vidas tan
ridículamente desnudas. Cuando las duchas empezaron a correr, hicieron de
tripas corazón e intentaron bromear sobre ellos mismos y entre ellos. ¡Después
de todo sobre sus espaldas caía agua de verdad!...
Aparte
de aquella extraña clase de humor, otra sensación se apoderó de ellos: la curiosidad. Una fría curiosidad era
lo que predominaba incluso en Auschwitz, algo que separaba la mente de todo lo
que la rodeaba y la obligaba a contemplarlo todo con una especie de objetividad.
Al llegar a este punto, cultivaban ese estado de ánimo como medida de protección.
¿“Lanzarse contra la alambrada''?. Esta era la frase que se utilizaba en el campo para describir el
método de suicidio más popular: tocar la cerca de alambre electrificada. Esta
decisión negativa de no lanzarse contra la alambrada no era difícil de tomar en
Auschwitz. Ni tampoco tenía objeto alguno el suicidarse, ya que para el término
medio de los prisioneros, las expectativas de vida, consideradas objetivamente
y aplicando el cálculo de probabilidades, eran muy escasas. Ninguno de ellos
podía tener la seguridad de aspirar a encontrarse en el pequeño porcentaje de
hombres que sobrevivirían a todas las selecciones. En la primera fase del
shock, el prisionero de Auschwitz no temía la muerte. Pasados los primeros
días, incluso las cámaras de gas perdían para él todo su horror; al fin y al
cabo, le ahorraban el acto de suicidarse.
Fue
Lessing quien dijo en una ocasión: "Hay cosas que deben haceros perder la
razón, o entonces es que no tenéis ninguna razón que perder." Ante una
situación anormal, la reacción anormal constituye una conducta normal.
FASE 2:
LA VIDA EN EL CAMPO
Apatía. Las
reacciones descritas empezaron a cambiar a los pocos días. El prisionero pasaba
de la primera a la segunda fase, una fase de apatía relativa en la que llegaba a una especie de muerte
emocional. Aparte de las emociones ya descritas, el prisionero recién llegado experimentaba
las torturas de otras emociones más dolorosas, todas las cuales intentaba amortiguar.
La primera de todas era la añoranza
sin límites de su casa y de su familia. A veces era tan aguda que simplemente
se consumía de nostalgia. Seguía
después la repugnancia que le
producía toda la fealdad que le rodeaba, incluso en las formas externas más
simples. Los que sufrían, los enfermos, los agonizantes y los muertos eran
cosas tan comunes para ellos tras unas pocas semanas en el campo que no les
conmovían en absoluto. Cuando un prisionero moría, los otros se acercaban
rápidamente para despojarle de las pocas pertenencias que aún tenía, sin
miramiento alguno.
Lo que hace daño. La apatía, el adormecimiento de las emociones y el sentimiento de que
a uno no le importaría ya nunca nada eran los síntomas que se manifestaban en
la segunda etapa de las reacciones psicológicas del prisionero y lo que,
eventualmente, le hacían insensible a los golpes diarios, casi continuos.
Gracias a esta insensibilidad, el prisionero se rodeaba en seguida de un
caparazón protector muy necesario. Los golpes se producían a la mínima provocación
y algunas veces sin razón alguna.
El insulto. El
aspecto más doloroso de los golpes es el insulto que incluyen. En una ocasión tenía
que arrastrar unas cuantas traviesas largas y pesadas sobre las vías heladas.
Si un hombre resbalaba, no sólo corría peligro él, sino todos los que cargaban
la misma traviesa. Un antiguo amigo del Dr, Frankl tenía una cadera dislocada
de nacimiento. Podía estar contento de trabajar a pesar del defecto, ya que los
que padecían algún defecto físico era casi seguro que los enviaban a morir en
la primera selección. Su amigo se bamboleaba sobre el raíl con aquella traviesa
especialmente pesada y estaba a punto de caerse y arrastrar a los demás con él.
En aquel momento el Dr. no arrastraba ninguna traviesa, así que saltó a
ayudarle sin pensarlo. Inmediatamente sintió un golpe en la espalda, un duro
castigo, y le ordenaron regresar a su puesto. Unos pocos minutos antes el
guardia que lo golpeó les había dicho despectivamente que los
"cerdos" como ellos no tenían espíritu de compañerismo. Hay momentos
en que la indignación puede surgir
incluso en un prisionero aparentemente endurecido, indignación no causada por
la crueldad o el dolor, sino por el insulto al que va unido.
La
apatía, el principal síntoma de la segunda fase, era un mecanismo necesario de autodefensa.
La realidad se desdibujaba y todos sus esfuerzos y todas sus emociones se
centraban en una tarea: la conservación de sus vidas y la de otros compañeros.
Los sueños de los prisioneros. Un estado tal de tensión junto con la constante necesidad de
concentrarse en la tarea de estar vivos, forzaba la vida íntima del prisionero
a descender a un nivel primitivo. Pero, ¿con qué soñaban los prisioneros? Con
pan, pasteles, cigarrillos y baños de agua templada. El no tener satisfechos
esos simples deseos les empujaba a buscar en los sueños su cumplimiento. Si
estos sueños eran o no beneficiosos ya es otra cuestión; el soñador tenía que
despertar de ellos y ponerse en la realidad de la vida en el campo y del
terrible contraste entre ésta y sus ilusiones.
El hambre. Debido
al alto grado de desnutrición que los prisioneros sufrían, era natural que el deseo
de procurarse alimentos fuera el instinto más primitivo en torno al cual se
centraba la vida mental.
Cuando
desaparecieron por completo las últimas capas de grasa subcutánea y parecían esqueletos
disfrazados con pellejos y andrajos, el organismo digería sus propias proteínas
y los músculos desaparecían; al cuerpo no le quedaba ningún poder de
resistencia. Uno tras otro, los miembros de la pequeña comunidad del barracón
morían.
Sexualidad. La desnutrición, aparte de los efectos del shock inicial, parece ser la única explicación de porque en éstos
campos la perversión sexual era mínima.
Ausencia de sentimentalismo. En la mayoría de los prisioneros, la vida primitiva y el esfuerce de
tener que concentrarse precisamente en salvar la vida llevaba a un abandono
total de lo que no sirviera a tal propósito, lo que explicaba la ausencia total
de sentimentalismo en los prisioneros.
Política y religión. En general, en el campo sufrían también de "hibernación
cultural", con sólo dos excepciones: la política y la religión. Cuando los
prisioneros sentían inquietudes religiosas, éstas eran las más sinceras que
cabe imaginar y, muy a menudo, el recién llegado quedaba sorprendido y admirado
por la profundidad y la fuerza de las creencias religiosas.
La huida hacia el interior. A pesar del primitivismo físico y mental imperantes a la fuerza, en
la vida del campo de concentración aún era posible desarrollar una profunda
vida espiritual. El
daño causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible
entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual.
Sólo de esta forma puede uno explicarse la paradoja aparente de que algunos
prisioneros, a menudo los menos fornidos, parecían soportar mejor la vida del campo
que los de naturaleza más robusta.
Cuando todo se ha perdido. El pensamiento y el credo humanos intentan
comunicar que la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. El
hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad
—aunque sea sólo momentáneamente— si contempla al ser querido. Cuando el hombre
se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por
medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar
los sufrimientos correctamente —con dignidad— ese hombre puede, en fin, realizarse
en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido. Y entonces se
entiende el significado de estas palabras: "Los ángeles se pierden en la contemplación
perpetua de la gloria infinita."
Meditaciones en la zanja. Esta intensificación de la vida interior ayudaba al prisionero a
refugiarse contra el vacío, la desolación y la pobreza espiritual de su
existencia, devolviéndole a su existencia anterior. Al dar rienda suelta a su
imaginación, ésta se recreaba en los hechos pasados, a menudo no los más
importantes, sino los pequeños sucesos y las cosas insignificantes. La
nostalgia los glorificaba, haciéndoles adquirir un extraño matiz.
Arte en el campo. De vez en cuando se improvisaba una especie de espectáculo, se cantaba, se recitaban poemas, se contaban
chistes que contenían alguna referencia satírica sobre el campo. Todo ello no
tenía otra finalidad que la de ayudarlos a olvidar y lo conseguía.
El humor en el campo. El humor es otra de las armas con las que
el alma lucha por su supervivencia. Es bien sabido que, en la existencia humana,
el humor puede proporcionar el distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier
situación, aunque no sea más que por unos segundos.
¿Al campo de infecciosos?. El médico jefe sugirió al Dr. Frankl que se ofreciese
voluntario para desempeñar tareas sanitarias en un campo destinado a enfermos de
tifus. Pensó que tenía más sentido intentar ayudar a sus camaradas como médico
que vegetar o perder la vida trabajando de forma improductiva como hacía
entonces. Si, en un último esfuerzo por mantener la propia estima, el
prisionero de un campo de concentración no luchaba contra ello, terminaba por
perder el sentimiento de su propia individualidad, de ser pensante, con una
libertad interior y un valor personal.
Acababa por considerarse sólo una parte de la masa de gente: su existencia se
rebajaba al nivel de la vida animal. Transportaban a los hombres en manadas,
unas veces a un sitio y otras a otro; unas veces juntos y otras por separado,
como un rebaño de ovejas sin voluntad ni pensamientos propios.
Añoranza de
soledad. Una vida comunitaria impuesta, en la que se
presta atención a todo lo que uno hace y en todo momento, puede producir la
irresistible necesidad de alejarse, al menos durante un corto tiempo. El
prisionero anhelaba estar a solas consigo mismo y con sus pensamientos. Añora
su intimidad y su soledad.
La última voluntad aprendida de memoria. Se disponía el transporte al campo de reposo, muchos temían que
su destino real era hacia las cámaras de gas. El médico jefe le dijo que aún lo
podían borrar de la lista, el Dr. Frankl dijo estar a favor de dejar que el
destino siguiera su curso. Volvió con su amigo Otto y le pidió que si llegase a
ver a su mujer le dijera que siempre hablaba con ella, que el breve tiempo que
estuvo casado con ella tenía más valor que nada.
Después
se enteró que el canibalismo hizo su aparición en este campo de concentración. Había
escapado justo a tiempo.
Planes de fuga. El prisionero de un campo de concentración temía tener que
tomar una decisión o cualquier otra iniciativa. Esto era resultado de un
sentimiento muy fuerte que consideraba al destino dueño de uno y creía que, bajo
ningún concepto, se debía influir en él. Estaba además aquella apatía que, en
buena parte, contribuía a los sentimientos del prisionero. A veces era preciso
tomar decisiones precipitadas que, sin embargo, podían significar la vida o la
muerte. El prisionero hubiera preferido dejar que el destino eligiera por él.
Escaparse o no escaparse del campo.
El
Dr. Frankl tuvo dos intentos de escapatoria, que no se realizaron, llegó un
delegado de la Cruz Roja llevando
medicamentos y trasladando a los prisioneros más débiles, el Dr. Frankl se
sintió desesperado tuvo que quedarse. Después se enteró que encerrados y
quemados en los barracones. Una vez más pudo comprobar cuan inciertas podían
ser las decisiones humanas, especialmente en lo que se refiere a las cosas de
la vida y la muerte.
Irritabilidad
Aparte
de su función como mecanismo de defensa, la apatía de los prisioneros era también
el resultado de otros factores. El hambre y la falta de sueño contribuían a
ella (al igual que ocurre en la vida normal), así como la irritabilidad en
general, que era otra de las características del estado mental de los
prisioneros. La falta de sueño se debía en parte a la invasión de toda suerte
de bichos molestos que, debido a la falta de higiene y atención sanitaria,
infectaban los barracones tan terriblemente superpoblados. El hecho de que no tomáramos
ni una pizca de nicotina o cafeína contribuía igualmente a nuestro estado de apatía
e irritabilidad.
Además
de estas causas físicas, estaban también las mentales, en forma de ciertos complejos.
La mayoría de los prisioneros sufrían de algún tipo de complejo de
inferioridad.
La libertad interior. Tras este intento de presentación psicológica y explicación
psicopatológica de las características típicas del recluido en un campo de
concentración, se podría sacar la impresión de que el ser humano es alguien
completa e inevitablemente influido por su entorno y (entendiéndose por entorno
en este caso la singular estructura del campo de concentración, que obligaba al
prisionero a adecuar su conducta a un determinado conjunto de pautas). El
hombre puede conservar
un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las
terribles circunstancias de tensión psíquica y física. Al hombre se le puede
arrebatar todo salvo una cosa: la última de
las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de
circunstancias— para decidir su propio camino. El
sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden
apartarse el destino o la muerte. Sin todos ellos la vida no es completa.
El destino, un regalo. El modo en que un hombre acepta su destino y todo el sufrimiento
que éste conlleva, la forma en que carga con su cruz, le da muchas
oportunidades —incluso bajo las circunstancias más difíciles— para añadir a su
vida un sentido más profundo. Puede conservar su valor, su dignidad, su
generosidad. O bien, en la dura lucha por la supervivencia, puede olvidar su
dignidad humana y ser poco más que un animal, tal como nos ha recordado la
psicología del prisionero en un campo de concentración.
Análisis de la existencia provisional. Únicamente los hombres que permitían que se
debilitara su interno sostén moral y espiritual caían víctimas de las
influencias degenerantes del campo. Todos los que pasaron por la experiencia de
un campo de concentración concuerdan en señalar que la influencia más
deprimente de todas era que el recluso no supiera cuánto tiempo iba a durar su
encarcelamiento.
Un
renombrado investigador psicológico manifestó en cierta ocasión que la vida en
un campo de concentración podría denominarse "existencia
provisional". Nosotros completaríamos la definición diciendo que es
"una existencia provisional cuya duración se desconoce". La tendencia
a mirar al pasado como una forma de contribuir a apaciguar el presente y todos
sus horrores haciéndolo menos real. Una situación externa excepcionalmente
difícil lo que da al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá
de sí mismo.
Spinoza, educador. Cualquier tentativa de combatir la influencia psicopatológica
que el campo ejercía sobre el prisionero mediante la psicoterapia o los métodos
psicohigiénicos debía alcanzar el objetivo de conferirle una fortaleza
interior, señalándole una meta futura hacia la que poder volverse. El hombre
tiene la peculiaridad de que no puede vivir si no mira al futuro: sub specie aeternitatis.
¿Qué
dice Spinoza en su Ética?. "Affectus, qui passio est, desinit
esse passio simulatque eius claram et distinctam formamus ideam. La emoción, que constituye sufrimiento, deja de serlo tan pronto
como nos formamos una idea clara y precisa del mismo." (Ética, 5a parte, "Sobre el poder del espíritu
o la libertad humana", frase III).
Los
que conocen la estrecha relación que existe entre el estado de ánimo de una persona
—su valor y sus esperanzas, o la falta de ambos— y la capacidad de su cuerpo
para conservarse inmune, saben también que si repentinamente pierde la
esperanza y el valor, ello puede ocasionarle la muerte.
Las
palabras de Nietzsche: "Quien tiene algo por
qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo" pudieran ser
la motivación que guía todas las acciones psicoterapéuticas y psicohigiénicas
con respecto a los prisioneros. Siempre que se presentaba la oportunidad, era
preciso inculcarles un porque —una
meta— de su vivir, a fin de endurecerles para soportar el terrible como de su existencia. Desgraciado de aquel que no
viera ningún sentido en su vida, ninguna meta, ninguna intencionalidad y, por
tanto, ninguna finalidad en vivirla, ése estaba perdido.
La pregunta por el sentido de la vida. Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra
actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y después,
enseñar a los desesperados que en realidad
no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad
de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir
las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo.
Dichas
tareas y, consecuentemente, el significado de la vida, difieren de un hombre a otro,
de un momento a otro, de modo que resulta completamente imposible definir el significado
de la vida en términos generales. Cuando un hombre descubre que su destino es
sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su sola y única tarea. Ha
de reconocer el hecho de que, incluso sufriendo, él es único y está solo en el
universo. Nadie puede redimirle de su sufrimiento ni sufrir en su lugar. Su
única oportunidad reside en la actitud que adopte al soportar su carga.
Sufrimiento como prestación. Una vez que nos fue revelado el significado del sufrimiento, se
negaron a minimizar o aliviar las torturas del campo a base de ignorarlas o de
abrigar falsas ilusiones o de alimentar un optimismo artificial. El sufrimiento
se había convertido en una tarea a realizar y no querían volverle la espalda.
Una palabra a tiempo. La influencia inmediata de una determinada forma de conducta es
siempre más efectiva que las palabras. Pero, a veces, una palabra también
resulta efectiva cuando la receptividad mental se intensifica con motivo de las
circunstancias externas.
Asistencia psicológica. Dice el Dr, Frankl: “Sólo
hablé del futuro y del velo que lo cubría. También les hablé del pasado: de todas
sus alegrías y de la luz que irradiaba, brillante aun en la presente oscuridad.
Cité de nuevo al poeta que había escrito: “Was
du erlebt, kann keine Macht der Welt dir rauben, ningún
poder de la tierra podrá arrancarte lo que has vivido.” hablé de nuestro
sacrificio, que en cada caso tenía un significado. Los que profesan una fe
religiosa, dije con franqueza, no hallarían dificultades para entenderlo.
Psicología de los guardias del campamento.
Los individuos más brutales y egoístas eran los
que tenían más probabilidades de sobrevivir, a esta selección negativa, pues,
se añadía en el campo la selección positiva de los sádicos.
La
bondad humana se encuentra en todos los grupos, incluso en aquellos que, en
términos generales, merecen que se les condene. Los límites entre estos grupos
se superponen muchas veces y no debemos inclinarnos a simplificar las cosas asegurando
que unos hombres eran unos ángeles y otros unos demonios.
De
todo lo expuesto debemos sacar la consecuencia de que hay dos razas de hombres en
el mundo y nada más que dos: la "raza" de los hombres decentes y la
raza de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las
capas sociales. Ningún grupo se compone de hombres decentes o de hombres
indecentes, así sin más ni más. En este sentido, ningún grupo es de "pura
raza" y, por ello, a veces se podía encontrar, entre los guardias, a
alguna persona decente.
¿Qué
es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las
cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme
musitando una oración.
FASE 3: DESPUÉS
DE LA LIBERACIÓN.
Después de ser liberados, el prisionero, por
extraño que parezca, no se sentía feliz. Habían perdido el sentimiento que
llamamos felicidad, y lo tendrían que ir recuperando poco a poco. Lo que les
sucedía a los prisioneros liberados podría denominarse
"despersonalización". Todo parecía irreal, improbable, como un sueño.
No podían creer que fuera verdad.
El cuerpo, que tiene menos inhibiciones que la
mente. Comía vorazmente cualquier cosa que le dieran y a cualquier hora. Era
increíble la cantidad de comida que podían tragar. Otro aspecto era la
necesidad que tenían de hablar sobre lo que habían vivido, durante horas y
horas.
Es importante saber que el hombre que ha sido liberado
repentinamente de la presión espiritual puede sufrir daño en su salud psíquica.
Sólo muy lentamente se podía devolver a aquellos hombres a la verdad lisa y
llana de que nadie tenía derecho a obrar mal, ni aun cuando a él le hubieran
hecho daño.
Hubo otras dos experiencias mentales que amenazaban
con dañar el carácter del prisionero liberado: la amargura y la desilusión que
sentía al volver a su antigua vida, a la casa con la que tanto había soñado y
había descubierto que, aquello por lo que había mantenido la esperanza durante
tanto tiempo, ya no estaba allí.
Pero para todos y cada uno de los prisioneros
liberados llegó el día en que, volviendo la vista atrás a aquella experiencia
del campo, fueron incapaces de comprender cómo habían podido soportarlo. Y si
llegó por fin el día de su liberación y todo les pareció como un bello sueño,
también llegó el día en que todas las experiencias del campo no fueron para
ellos nada más que una pesadilla. La experiencia final para el hombre que
vuelve a su hogar es la maravillosa sensación de que, después de todo lo que ha
sufrido, ya no hay nada a lo que tenga que temer, excepto a su Dios.
CONCLUSIÓN:
El Dr. Víktor
Frankl nos muestra en esta obra el valor inconmensurable de la vida. La lucha
por su subsistencia, su supervivencia. Nos enmarca la importancia del espíritu,
la dignidad, el amor.
Asimismo,
bajo condiciones adversas aparece la pregunta por el sentido de la vida. La
vida solo tendrá sentido si tiene una finalidad, un destino último, un lugar
adonde trascender. Como dijo Nietzsche "el que tiene un porqué para
vivir, puede soportar casi cualquier cómo". Cualquier hombre puede
ser feliz, sólo debe tener un rumbo marcado y una meta clara, en las que ponga
todo su esfuerzo y voluntad, y siempre y cuando elija "querer vivir",
podrá superar las circunstancias aunque no siempre estén a su favor.
"La
Revelación les da pleno (a las verdades buscadas por la razón) sentido
orientándolas hacia la riqueza del misterio revelado, en el cual encuentran su
fin último". En nuestro Bien Absoluto, que para nosotros es Dios, hallamos
ésta meta de nuestra vida. Es el mismo Dios el que nos revela que es lo que nos
hace felices, pues El mismo es el que puso el anhelo de felicidad en nuestros
corazones, en nuestra naturaleza; así tendemos hacia El que es nuestra
Bienaventuranza.
Todo hombre
es el único responsable de su proyecto de vida, en cualquier situación en que
se encuentre: "Cuando se acepta a la persona como a un ser irrepetible,
insustituible, entonces surge en toda su trascendencia la responsabilidad que
el hombre asume ante el sentido de su existencia." Según Frankl.
Bibliografía
Víktor,
Frankl. El hombre en busca de sentido.
Barcelona: Herder, 2004.
ME ENCANTO ESE LIBRO! MIRA QUE AL MOMENTO DE ESTARLO LEYENDO COMO QUE ME CAUSABA LÁSTIMA TODO POR LO QUE TODOS ESOS PRISIONEROS TUVIERON QUE PASAR!!
ResponderEliminarAlgo muy importante nos enseña a valorar la vida, nunca olvidarnos de Dios, seguir adelante.
ResponderEliminar