El género más propio de la época es la prosa y en particular se cultiva mucho el ensayo. La
prosa se emplea para criticar los vicios sociales y las costumbres de la época en obras como
la Vida de Diego de Torres Villaroel y la Historia de fray Gerundio de Campazas del padre
Isla. En las Cartas marruecas, José Cadalso emplea la forma epistolar para hacer sus
observaciones sobre la cultura contemporánea. Las Fábulas morales de Félix María
Samaniego y las Fábulas literarias de Tomás de Iriarte manifiestan a su manera el espíritu
didáctico del neoclasicismo.
Los poetas del Siglo XVIII muestran el mismo afán didáctico mostrado por los prosistas.
Del
año 1737 es la Poética de Ignacio de Luzán, obra en que se critican los excesos de la
literatura barroca y se propone una nueva estética poética basada en una revalorización de
las formas clásicas. La poesía descriptiva alcanza un gran auge en el siglo XVIII, reflejo de las
nuevas teorías de la óptica y de la compenetración de lo literario y lo científico. En su
respectiva obra poética José Cadalso y Gaspar Melchor de Jovellanos sostienen un tipo de
diálogo sobre ideas contemporáneas. Jovellanos es además autor de múltiples monografías
sobre problemas nacionales, y presidió la Junta Central creada contra José Bonaparte
durante la invasión francesa.
El teatro neoclásico se caracteriza por su insistencia en las tres unidades -de tiempo, lugar y
acción -y por su finalidad moral. Un género dramático cultivado por dramaturgos como Ramón
de la Cruz es el sainete, una comedia breve de carácter popular en que se retratan las
costumbres del Madrid de aquel tiempo. Otros dramaturgos como García de la Huerta,
Nicolás Fernández de Moratín y el mismo Jovellanos se empeñan en conseguir una
revaloración de la tragedia, forma dramática casi desconocida en la literatura del Siglo de Oro.
La figura más importante del teatro de la época es Leandro Fernández de Moratín, autor de
cinco comedias de intención moral siendo la más conocida El sí de las niñas.
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