lunes, 19 de octubre de 2015

LA ENSOÑOACIÓN EN IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO


Es grata la sorpresa al leer detenidamente  la serie de  espacios de la República Mexicana, que Ignacio Manuel Altamirano recrea para poder situar la trama de la novela. Recordé pasajes de Fausto, de Goethe por los paisajes sobrecogidos por la soledad  y la inmensidad de la naturaleza, en donde Fernando Valle, un digno héroe protagoniza y conmueve por la rectitud con la cual dirige su vida, así como el sacrificio que hará por un amor vehemente a Clemencia. La indignación y la ofensa llegan cuando leemos al cínico y patán Enrique Flores.  Pero esos elementos tan bien logrados por nuestro autor, que pertenecen al gran movimiento del Romanticismo en México, me han hecho pensar sobre el elemento fundamental que les permitió escribir tan complejas obras. El sueño, con el cual se han escrito memorables obras.

No es mi propósito hacer un análisis histórico sobre el concepto del sueño, sólo deseo detenerme un poco en el hecho de que es un elemento que se ha apreciado positiva o negativamente. Es Heráclito el que dice que la gente va como dormida, y no ve el logos; no es capaz de apreciar el fuego, metáfora para referirse a la verdad. Siglos después, será Descartes quien metódicamente busque develar la verdad, alejándose del genio maldito que parece estar más cerca de él cuando sueña, por lo que se somete a una rígida rutina de vigilia para que no lo sigua engañando. Ahora bien, apreciamos en los románticos una adoración por los elementos oníricos, sin que les provoque temor ni busquen alejarse de la ensoñación. Es Albert Beguin, quien en su ensayo “El alma romántica y el sueño”, analiza a los románticos y nos describe cómo es que ellos descienden hacia sí mismos y al hacerlo entran en contacto con la conciencia. Así que se sumergen en las profundidades abismales de la conciencia; de esa que está en contacto inmediato con la realidad. Las ensoñaciones son la expresión pura de sus más hondos y complejos pensamientos. Apreciamos entonces que los románticos no desdeñan el hecho de soñar, ni mucho menos se avergüenzan de hacerlo. Y encausan esa sensibilidad para crear. De modo tal, que es entonces tan válido como pensar de manera despierta o “consciente”.
El sueño es los románticos no es caer derribados y desconectarse de la realidad. Es una capacidad más para nombrar la realidad. Y si como bien dijimos, el alma romántica excava en sus abismos, cabe preguntarnos si cada personaje creado por Altamirano responde únicamente al talento y a la sensibilidad creativa o han sido una expresión pura y profunda de su alma. ¿En verdad Altamirano, usando los recursos literarios de manera tan precisa y hábil, pudo escribir esta novela sin  que su alma, su ser se encontrara afectada verdaderamente? ¿Cuántos sentimientos son “recreados” oportunamente para dar paso a una hermosa obra literaria y cuántos son patentes en el alma del autor? ¿Se escribe sólo con la razón o es que entra en juego el corazón?  Si la repuesta fuese que las emociones van más allá de la creatividad del autor, quiere decir que Altamirano, cuando escribió Clemencia, fue un ser atormentado dolorosamente. Que más allá de su mérito como artista, estuvo siempre padeciendo su alma, pues el sueño le reveló a sí mismo, emociones que no pueden ser inventadas y plasmadas en un papel y ya. Ese mundo de fantasía que tanto se esmeraron los románticos,  podría ser para Beguin, la revelación de una verdad descubierta en el mundo onírico, por lo que podríamos decir que nuestro autor es doblemente romántico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario