Es grata la sorpresa al leer detenidamente la serie de espacios de la República Mexicana, que
Ignacio Manuel Altamirano recrea para poder situar la trama de la novela.
Recordé pasajes de Fausto, de Goethe por
los paisajes sobrecogidos por la soledad
y la inmensidad de la naturaleza, en donde Fernando Valle, un digno
héroe protagoniza y conmueve por la rectitud con la cual dirige su vida, así
como el sacrificio que hará por un amor vehemente a Clemencia. La indignación y
la ofensa llegan cuando leemos al cínico y patán Enrique Flores. Pero esos elementos tan bien logrados por
nuestro autor, que pertenecen al gran movimiento del Romanticismo en México, me
han hecho pensar sobre el elemento fundamental que les permitió escribir tan
complejas obras. El sueño, con el
cual se han escrito memorables obras.
No es mi propósito hacer
un análisis histórico sobre el concepto del sueño, sólo deseo detenerme un poco
en el hecho de que es un elemento que se ha apreciado positiva o negativamente.
Es Heráclito el que dice que la gente va como dormida, y no ve el logos; no es
capaz de apreciar el fuego, metáfora para referirse a la verdad. Siglos
después, será Descartes quien metódicamente busque develar la verdad,
alejándose del genio maldito que parece estar más cerca de él cuando sueña, por
lo que se somete a una rígida rutina de vigilia para que no lo sigua engañando.
Ahora bien, apreciamos en los románticos una adoración por los elementos
oníricos, sin que les provoque temor ni busquen alejarse de la ensoñación. Es
Albert Beguin, quien en su ensayo “El
alma romántica y el sueño”, analiza a los románticos y nos describe cómo es
que ellos descienden hacia sí mismos y al hacerlo entran en contacto con la
conciencia. Así que se sumergen en las profundidades abismales de la
conciencia; de esa que está en contacto inmediato con la realidad. Las
ensoñaciones son la expresión pura de sus más hondos y complejos pensamientos.
Apreciamos entonces que los románticos no desdeñan el hecho de soñar, ni mucho
menos se avergüenzan de hacerlo. Y encausan esa sensibilidad para crear. De
modo tal, que es entonces tan válido como pensar de manera despierta o
“consciente”.
El sueño es los
románticos no es caer derribados y desconectarse de la realidad. Es una
capacidad más para nombrar la realidad. Y si como bien dijimos, el alma
romántica excava en sus abismos, cabe preguntarnos si cada personaje creado por
Altamirano responde únicamente al talento y a la sensibilidad creativa o han
sido una expresión pura y profunda de su alma. ¿En verdad Altamirano, usando
los recursos literarios de manera tan precisa y hábil, pudo escribir esta
novela sin que su alma, su ser se
encontrara afectada verdaderamente? ¿Cuántos sentimientos son “recreados”
oportunamente para dar paso a una hermosa obra literaria y cuántos son patentes
en el alma del autor? ¿Se escribe sólo con la razón o es que entra en juego el
corazón? Si la repuesta fuese que las
emociones van más allá de la creatividad del autor, quiere decir que Altamirano,
cuando escribió Clemencia, fue un ser atormentado dolorosamente. Que más allá
de su mérito como artista, estuvo siempre padeciendo su alma, pues el sueño le
reveló a sí mismo, emociones que no pueden ser inventadas y plasmadas en un
papel y ya. Ese mundo de fantasía que tanto se esmeraron los románticos, podría ser para Beguin, la revelación de una
verdad descubierta en el mundo onírico, por lo que podríamos decir que nuestro
autor es doblemente romántico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario