LA
VERDAD NO PUEDE SER OCULTA
I.
La deshonra
En
una pequeña comunidad ubicada al noreste de Michoacán,
Un
joven llamado Diego Martínez, embaraza a la tierna e inocente Inés cuyo padre
Iván de Vargas y Acuña había prohibido tajantemente su relación de noviazgo de
ambos por no estar de acuerdo. Diego e Inés se veían a escondidas en el hermoso
borde de la presa del lugar, desde donde se vislumbraban hermosos atardeceres, con
ayuda de la nana de la muchacha, que la cubría de que no fuera a enterarse su
padre; por su parte Diego era acompañado por su amigo inseparable que vigilaba
cualquier peligro.
II. El juramento
El
día en que Inés se enteró de su estado embarazo, sintió que el mundo se le
desmoronaba en pedazos y corrió de prisa por las calles en penumbra y empedradas del pueblo, en busca de su amado.
Al encontrarlo, desesperada contó de su suplicio al joven, quien, por unos
minutos quedo mudo, para después preguntarle a Inés que camino seguirían. Inés
decidida y muerta de miedo dijo que tenían que enfrentar a su padre y decírselo
antes que su estado fuera notorio; después de replicar en dos ocasiones Diego
acepta y con pasos lentos y vacilantes caminaron hacia la casa de la joven
donde Don Iván de Vargas y Acuña, en la puerta esperaba inmóvil y con ceño de
molestia a su hija que por las calles del pueblo sola andaba. Diego Martínez
saludó a Don Iván y fue directo al grano confesando de inmediato la situación
en la que se encontraban; Don Iván encolerizado exigió que se casara de
inmediato con Inés y respondiera por sus actos, puesto que el pueblo murmuraría
enseguida. Con los ojos cabizbajos Diego
prometió a Inés delante de su padre que se haría cargo del niño que venía en
camino y se casaría con ella, pero para poder hacerlo necesitaba tener los
medios suficientes para sacarlos adelante y para ello iría durante el tiempo
del embarazo a Estados Unidos a trabajar a la pizca con un tío cercano y
regresaría para el nacimiento del niño. Partió la semana siguiente ante los
ojos llorosos de su novia.
III. La espera
Durante
los nueve meses de embarazo, Inés se dedicaba a tejer y escribir cartas a su
novio, esperando con ilusión su llegada. Durante el primer mes Inés recibía una
llamada cada semana, y eso la hacía muy feliz. Pero, después del segundo mes
las llamadas se hicieron menos frecuentes y hasta nulas, cada que sonaba el
teléfono corría ansiosa y emocionada pensando que se trataba de Diego y al no
ser él, lloraba desconsolada pero se aferraba a la esperanza de su promesa.
Así
pasó todo su embarazo hasta que llegó el día del alumbramiento, sin embargo
Diego no aparecía, pasó un año más y
ella seguía esperando su regreso. Cuando el bebé cumplió año y medio,
falleció de un paro cardiaco fulminante Iván Vargas de Acuña, Inés estaba
desconsolada y sentía que el mundo caía sobre ella, un bebé a quien mantener y
cuidar, el pueblo que murmuraba de ella todo el tiempo, la ausencia de su amado
novio y ahora su padre muerto. Su único apoyo era su nana y su pequeño niño.
IV. El desprecio
Seis
meses después de la muerte del padre de
Inés, en el pueblo se escuchaban rumores de la llegada de un muchacho guapo, en
una camioneta lujosa y la cartera llena de dinero; Inés al escuchar la noticia
se llenó de emoción y sin perder el tiempo fue en su búsqueda, pues su corazón
le indicaba que era su amado Diego. Al llegar a la arbolada placilla principal
del pueblo lo miró de lejos y reconoció al instante, exaltada corrió hacia él y
lo abrazo con ternura, Diego entonces la miró con desprecio y la humilló
delante de todo el pueblo; la nana que detrás de Inés venía con el pequeño bebé
en brazos no pudo más que decirle al joven que le presentaba a su pequeño era
su hijo; que como si supiera de tal hecho sonrió de manera innata. Sin embargo
Diego con desdén y altanería los miro y afirmó que el niño no era suyo, que no tenían
parecido alguno y que él no lo quería. Inés con lágrimas en los ojos le dijo a
Diego que recordara la promesa que le había hecho ante su padre y en nombre de
su amor; Diego ufano y burlista solo atinó a decir que el viejo ya estaba
muerto y que no tenía por qué cumplir una falsa promesa.
Inés
tomo a su hijo y regreso sin consuelo a su casa, y aunque sentía que su corazón
estaba destrozado, decidió velar por los derechos de su hijo.
V. El juicio
Al
día siguiente en cuanto salió el sol se dirigió a la cabecera municipal más
cercana, pidió hablar con el juez Pedro Ruiz de Alarcón y le contó lo sucedido.
El juez ante la necesidad y premura de proteger la necesidad básica del niño
como lo es la alimentación, mando citar a Diego Martínez quien se negó a llegar
a un acuerdo y por tanto comenzó un juicio para pensión alimenticia. El juicio
corrió en tiempo y forma y por la inminente penuria del niño se desarrollaba de
manera sumaria. Diego sin embargo, afirmaba que el pequeño no era su hijo y que
el único supuesto testigo de lo que afirmaba Inés ya había muerto; se sentía
tan seguro de sí que su actitud era arrogante, sin siquiera pasarle por la mente
lo que Inés había preparado.
Ante
la negación del niño por parte de su padre, Inés confundida y llena de coraje pidió se
realizara la prueba de ADN para comprobar que su hijo era también de Diego y
que ambos tenían responsabilidad de sacarlo adelante y mantenerlo. Diego rio a carcajadas
sosteniendo que era absurdo, pero por orden del juez tuvo que someterse a la
prueba.
VI. El veredicto
Después
de dos meses de angustiosa espera para Inés; fueron citados por Juan Ruiz de
Alarcón quien apoyado en los resultados positivos de la prueba de ADN, dictó
sentencia de alimentos en favor de Inés y su menor hijo. Diego quedó atónito de
que la ley beneficiara a una mujer que no había aportado dinero para la
realización del juicio y no le quedó otro remedio más que cumplir con la ley.
VII. La conclusión
Inés
dejó por completo las ilusiones que aún tenía por Diego y se dedicó a trabajar
y sacar adelante a su hijo con apoyo de su nana. Diego, comprendió después de
muchos tropiezos con los que perdió todo su dinero y su ostentosa camioneta, y
por tanto a sus múltiples y falsos amigos, que lo importante es el valor de las
personas y no lo que se puede llegar a adquirir económicamente.
Entonces
intentó recuperar a Inés y su pequeño hijo, pero ya era demasiado tarde, puesto
que Inés así ya lo había decidido y ahora vivía para ella y su niño.
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