LA METAMORFOSIS DEL RATÓN
(Violencia jurídica)
Pbro. Homero Fernández
B.
“Y le decían al ratón: - ¿verdad que eres elefante?
Sí, soy elefante- contestaba el ratón.”
Sonidos de botas militares en la
antepuerta, en la sala, en las habitaciones… por doquier; voces, sólo voces que
emiten ruidos que intimidan aunque no se entiende lo que dicen y, no es
necesario entenderlas, ya se sabe lo que quieren: nada de otros, sólo
satisfacer sus intereses; hombres prepotentes con sus rostros ocultos mostrando
lo único que desean sea percibido de ellos: sus armas largas, frías y rígidas
al acertar sus molientes en los desprotegidos y blancos cuerpos titiritantes;
la respiración es interrumpida por hematoma y lo imposible de atravesar el
plástico de la bolsa al cuello. Obscuro, todo es obscuro: “así continuara todo”
–desea el obscurecido.
Sin ser
equipaje o mercancía de abarrotes, de la cajuela a la bodega; la invidente
vista sigue mostrando todo en las tinieblas: esos gritos, esas amenazas, esos
azotes, esos escarnios, esos insultos, esos… todos los esos. “Nada es real, es
sólo una pesadilla… pronto desaparecerán esos monstruos y esos otros”, no se
sabe quiénes ni qué son esos pero algo han de ser: fantasmas y quimeras
apocalípticas quizás, mas no se sabe con certeza porque nada es cierto. “Pronto
ha de amanecer, si no, que ya deje de ser obscuro y que venga la eterna noche,
que llegue pronto, el uno o la otra pero pronto.”.
Barrotes de
acero discontinuos con tapiz de sangre, lágrimas y desesperación; sombras de
uniformes cruzando; ruidos, los ruidos siguen siendo ruidos que se entrecruzan
con las voces; las voces, voces ininteligibles vanagloriosas y ufanas con sus
intereses. Oído atento, corazón palpitante, respiración soporosa; entre las
bardas y gélido piso el pequeño e insignificante desconocido como tal querido,
tanto por desconocido como por insignificante y pequeño, sin ser mercancía o
algún otro elemento, igual sirve para los propósitos que se quieren: números y
casos.
Destello de
luz, un rostro humano, voz confusa y contenido truculento: “amigo ratón, le
damos la noticia de que usted es un elefante… no se preocupe en hacer preguntas
y proferir argumentos sin sentido, está usted en buenas manos, nosotros nos
encargaremos de todo para que usted sea un elefante majestuoso”, -profirió la
voz. El desconocido conoce a un rostro humano, pero él es señalado como un
vulgar ratón en metamorfosis: “Creía que yo
era humano. De lo que se entera uno en estos lugares.” – pensaba el
ahora ratón, porque sólo le queda eso, pensar, aunque no se sabe bien si los
ratones piensan y mucho menos aquello en lo que le quieren convertir.
Solitario
frente a un monitor que emite imágenes y un altavoz que emite ruidos y voces;
ante el ratón un uniforme cubriendo el asiento de una cómoda y confortable
silla; el ratón perplejo en su asiento luciendo la joya que adorna sus lacerados
brazos: “señor ratón -una voz cortés-,
no tenga usted pendiente, no se aflija por seguir siendo ratón, hasta el
momento hemos hecho todo lo posible para hacer de usted todo un magnífico
elefante. Pero no se preocupe, aunque el proceso es largo y lento, está usted
con los mejores científicos y artesanos en el ramo. Además usted tiene muy
buenos elementos para la transformación, mínimos pero los tiene: tiene ojos grandes
y claros como elefante; la piel morena y rugosa como ellos; la nariz, la nariz
no tiene problema, con una cirugía lo arreglaremos. Ya verá que dentro de unos
años usted se mirará en un espejo y será un robusto y hermoso ejemplar macho.
¿Alguna duda señor ratón?”, -apela la voz. “Ninguna su señoría”, -contesta el
ratón. Concluida la transmisión, entre confusión y descrédito, el pequeño
insignificante es llevado a la guarida de elefantes que le han asignado
mientras se realiza su transformación.
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