EL TESORO DE CALTZONTZIN
Tzacapu
era la ciudad sagrada del pueblo purépecha. Enorme e importante era el
centro ceremonial que se alzaba sobre la cumbre del Uringuarapexo (La
Crucita), donde según las crónicas se adoraba "a un ídolo principal al
que llamaban Tupup-Achá", "el gran espíritu creador del universo", y y
teniendo allí mismo al Sol "su casa del poniente", al que adoraban bajo
la advocación de Querénda-Angápeti, "la peña que está levantada". Alrededor
de las construcciones sagradas, se alzaban las casas de los sacerdotes,
los baños de vapor, así como los palacios de los principales, entre los
que destacaban aquellos cuyas ruinas hoy conocemos como "El Castillo de
Caltzontzin", "El Palacio de la Reina" y "La Guatápera", albergue de
las guanacha, jóvenes vírgenes consagradas a Tatá Huriata (el sol) y a
Naná Cutzí (la luna). Desde esas épocas, la gente
ha tenido por cierto que el rey y el Petáuti, supremo sacerdote, habían
hecho construir varios túneles que conducián a Pátzcuaro y a
Tzintzuntzan. Dan fuerza a esa creencia, el hecho de que tanto en
Patzcuaro como en Tzintzuntzan se tiene por cierta la existencia de
túneles que las unían entre sí y con Zacapu, haciendo mas corto el
trayecto entre ellas. El túnel largo, duerme como
una serpiente, pacífico, bajo las montañas y el lago. Así el rey podia
admirar en el lago de Pátzcuaro la grandiosa obra de la madre
naturaleza, extasiándose en el ocaso, cuando Xaratanga rielaba sobre las
ondas apacibles del lago, o bien, podía observar aquí, en Zacapu, la
salida del sol que asomaba tras la cumbre del Ziráte, para depositar sus
primeros rayos sobre el disco de oro que ornaba lo alto del gigantesco
cué dedicado a Curicaveri. El tiempo se deslizaba a su capricho mientras
él admiraba la belleza natural del paisaje que le rodeaba, lo cual daba
una gran paz a su alma. El rey guardaba sus
tesoros y los de sus dioses en aquel enorme túnel cuya entrada mantenia
en secreto y solo conocian el propio rey y el gran sacerdote. Sabido
es que la conquista de Michoacán los extranjeros se mostraban crueles e
implacables, destruyéndolo todo en busca de saciar su desmedida codicia
de oro y plata. Aquí todo fué destruido, pero se asegura que los
tesoros reales y divinos no fueron entregados sino que se conservan
escondidos en ese túnel, cuya entrada, aquí no se a podido localizar.
Tanto en Pátzcuaro como en Tzintzuntzan se han localizado entradas a
túneles secretos, pero jamas ser humano alguno ha logrado avanzar mas
alla de unos metros, por que el oxigeno se agota, aunque el túnel parece
alargarse...¡y los tesoros no se han encontrado!. Hoy
quedan aquí como huella de esta historia y como prueba de su existencia
los palacios en ruinas...y la figura de un hombre atractivo y valeroso
que por las noches se pasea por entre esas ruinas y que parece detenerse
a observar la tranquilidad de este pequeño laguito que llamamos "la
Zarcita", de cristalinas aguas que corren a los pies de majestuosos
robles y sauces. Por cierto dicen que esa agua
cristalina y pura de la Zarcita es sagrada, pues es regalo de
Naná-erápperi (madre naturaleza) a los grandes dioses purépechas que
tenian al Uriangarapexo por mansión, a cuyos pies brotan los
manantiales. Esa agua de excedente calidad tiene un sabor muy especial,
pues todo el mundo asegura que "es distinta" a las de otras partes. Aquí
se dice y afirma que "quien toma agua de la Zarcita ya no se va de
Zacapu y si se va, vuelve" por que extraña esa agua preciosa y
deliciosa.
Muy buena leyenda, y qué mejor, de nuestro estado.
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