Entre los hechos históricos más
destacados de la Alta Edad Media, se puede
mencionar la expansión musulmana por la
Península Ibérica (que se extendió desde el siglo
VIII hasta finales del siglo XV, cuando fueron
expulsados por los Reyes Católicos). El contacto
entre el mundo árabe y el cristianismo occidental
fue muy intenso durante estos siglos. Si bien
muchas veces ese encuentro se dio de forma
bélica, también se produjo un intercambio
enriquecedor entre ambas culturas.
En el aspecto espiritual, durante la Alta Edad Media se desarrolló la creencia
de que la existencia terrenal sólo era un pasaje hacia la vida del más allá En
consecuencia, el hombre era visto como un ser imperfecto y condenado de forma casi
inevitable.
Según San Agustín, todo lo que sucede en la vida humana sería una expresión
del plan divino y, por lo tanto, la salvación del alma únicamente depende de la gracia
divina, que elegiría a unos pocos.
La convicción de que la gran mayoría de las personas podrían estar condenadas
al fuego eterno generó un estado de temor espiritual y fortificó la autoridad de la
Iglesia, que permanentemente advertía sobre la importancia de aceptar la voluntad
divina, única fuente de sabiduría y dadora de sentido al universo.
El aspecto más destacado de la literatura de la
Baja Edad Media fue el desarrollo de las lenguas
vernáculas (las lenguas romances) como lenguas
literarias.
Continuando con la literatura de la Alta Edad
Media, hasta el siglo XI, la producción escrita se hacía
en latín. En su gran mayoría consistía en himnos
sagrados, comentarios religiosos, crónicas y tratados
filosóficos elaborados generalmente por clérigos.
También hubo alguna producción, aunque en menor
escala, de nobles. Pero al llegar al siglo XII se produjo
un cambio notable: comenzaron a aparecer obras en
lenguas romances.
Lo más interesante de este proceso es que esta nueva literatura no sólo era
elaborada de manera anónima y oral por personas iletradas, sino que también la
desarrolló gente culta y letrada.
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