PATRIARCADO EN PICADA
P. Homero Fernández B.
Cada
uno debe ser respetado como persona
y
nadie debe ser divinizado.
Albert Einstein
Chapoteo en podredumbre.
Corrupción y violencia se vive por doquier, simulación de valores para mantener
el estatus, banderas incólumes, halagüeñas ondean en lo alto para llamar a
esperanza y distraer la mirada del purulento fango que mantiene inerme al
esqueleto. Escorrogio inhumano fantasma de humano hombre, varón insaciable que
se engaña y engaña engalanando el discurso: viento en popa, todo sobre el
cauce, es normal el sacrificio y sufrimiento del mundo, nada que alarmarse…
detalles del sistema. Necesaria miseria surge para añorar su contraste.
Pugilante Perseo se adhiere a batalla. Ha luchado y
perdido tanto que no importa ya un escarmiento más, ahora proclama el amor, el
amor lo cambiará todo. Abandonó la simiente de Creonte y toma la sevillana de
la obstinada que le llevó al desastre, es necesario escuchar a los dioses y
conciliar las almas. La fiera se vistió de lana y luce ahora como lindo
corderito que conducirá a sus hermanas a los pastizales verdes y abundantes,
donde hay fuentes de agua fresca y pesebres reconfortantes. Discurre así en su
exterior quien con navaja en mano apabulló al rebaño.
No le será fácil a Perseo cautivar al rebaño. Grey,
apasionado de sí mismo escondió el retrato y consulta al espejo gigante de
sortilegios arcanos, asomando su rostro apasiona al conglomerado. Hizo el
recorrido mítico hasta los cielos y cogió la estrella que más bella
resplandecía, adorna con ella su séquito y pomposo se pasea en las plazas donde
recibe palmadas y a coros alabanzas. Como un héroe se presume y como dios las
extasiadas doncellas le contemplan. Lo darán todo por seguir contemplando su
divino rostro en todos los escaparates. Quizás con acariciar su rostro les sea
más llevadera la desgracia que les acontece y que no les deja resuello, de sus
labios recibirán el aliento.
Más la batalla no es a dos viriles cuerpos, no sólo
hay rosas y maquillaje en el campo, tímida una peineta de oro es arrojada del
tumulto. Desde lo más profundo de los míticos océanos, de ojos refulgentes y
pestañas alargadas, cabellos carmesí dorados por el sol y cuidados con aguas
las mejores, cubre con sus risos los prominentes pechos detallados por artistas
para dar el mejor aspecto y sean agradables a todos los seres que habitan los
mares y la tierra, quizás hasta los dioses de los mismos cielos que puedan
agraciar con su poderío en la inminente contienda, surge una sirena que
hipnotiza con su canto y convoca desde los distintos puntos cardinales a
sucumbir en los encantos que Poseidón su padre le concedió, pues también es
linaje real el que ella presume haciéndole digna de participar en la batalla y
mostrar así los artilugios que la magia femenina le conceden.
Se aprestan los luchadores ya a la contienda, el
vencedor reclamará el derecho al trono real que durante toda la historia ha
sido llevado por varones que han prometido la gloria pero, seducidos por los
manjares del inframundo y acobardados por las amenazas de Hades, han
traicionado al pueblo y le sumieron en la inmundicia de ese mundo profano.
¿Será acaso la sirena venida de los
mares, que arribando a la tierra pueda sacar de los abismos al pueblo y
llevarlo al paradisiaco lugar? El patriarcado ancestral ha fracasado en sus
estrategias, propiciadas por su ambición y sus vicios, para realizar la
encomienda. Un matriarcado se vislumbra y si sus movimientos son lo
suficientemente poderosos para alzarse victorioso, una nueva esperanza, en un
gobierno distinto, surgirá para el pueblo.
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