I. La
deshonra
En la Facultad de Letras en la UNAM,
se encontraron por primera vez los estudiantes Inés Vargas y Diego Martínez.
Ella quedó impactada por la galanura del rebelde estudiante, insinuando sus
intenciones desde el primer momento en el que cruzaron palabra. Inés lo invita
a ver una película de cine arte en su departamento. Y a como las palomitas
fueron agotándose y el sofá pareciose cada vez más amplio. Así, empezando con
una simple mirada, terminaron desbordando la pasión; uniéndose en un solo
cuerpo y única alma. Inesperadamente tocan a la puerta, al abrir, Inés con poca
ropa recibe a su padre enmudecida y sonrojada. Mientras tanto el ágil y
valiente revolucionario sale huyendo por la ventana.
II. El juramento
Iván de Vargas, molesto por lo
ocurrido, obliga a Inés a limpiar su honra, por lo cual, ella acude al
encuentro de Diego Martínez, previo mensaje de whatsapp, en el centro de
Coyoacán. Entre cuarzos, inciensos y atrapa sueños, con un viejo hippie sosteniendo
en cada mano a los dioses Tlaloc y Quetzalcoatl, Inés obliga a Diego a que le
jure que se casaran de inmediato. Entonces, Diego le dice que será
a su regreso del viaje de la Selva Lacandona, puesto que no podría dejar de ir a ayudar a sus camaradas que se encontraban
luchando con el Ejército Zapatista. Por lo cual en un año volvería para cumplir
su palabra.
III. La espera
Por fin el plazo se había cumplido, transcurrido
el año, Inés esperaba ansiosamente a su guerrillero, sin embargo no había
noticias de él. Todas las noches de ese año se la pasó pidiéndoles a los dioses
Quetzalcoatl y Tlaloc que trajeran de regreso y salvo a Diego. Desde que partió
no tuvo nunca una noticia de él. En las noticias poco se sabía del movimiento
revolucionario y fue imposible comunicarse por teléfono o email puesto que
siendo un lugar tan apartado la comunicación fue imposible. Así pasaron un par de años más, hasta que un día
mientras ella revisaba algunas fotos de su amado en facebook, se dio cuenta que
había hecho check in en la central de autobuses de Observatorio Norte, hacía
una hora, por lo que ella salió a su encuentro. Se encontraba muy nerviosa pero
esperanzada, puesto que después de tantas noches de angustia y pesadillas que
ningún atrapa sueños pudo disipar, se rencontraría con el amor de su vida. Al
final llegó a la puerta de su departamento, tocó el timbre y fue él quien le
abrió. Ella le dijo con la voz entrecortada por la emoción:
- Diego ¿por qué no me avisaste que
llegabas hoy? No sabes cuántos días con sus noches he esperado volver a ver tus
luminosos ojos, escuchar tu seductora voz.
A lo que Diego Martínez contesto con
una congelante serenidad:
- No sé quién eres ni qué deseas en
este depa, pero vengo realmente agotado de un viaje exhausto y como veo que
estás confundida o perdida te pido pacíficamente que te retires.
Ante esas palabras Inés casi toca la
locura exclamando un grito ensordecedor para después casi perder el
conocimiento. Ante lo cual, Diego, al cerrar la puerta, le dijo a sus amigos de
noches bohemias, ¡estas mujeres feministas sólo lo son de dientes para fuera,
al final todas quieren lo mismo, hombres para mangonear!
IV. El desprecio
Pasaron las semanas y cuál fue la
sorpresa de Inés al llegar a la Facultad, que al revisar sus nuevas materias y
a sus profesores, era Diego Martínez el catedrático de Literatura Prehispánica.
Ella, titubeó por un momento, pues no sabía si podría soportar verle de nuevo,
frente a frente, después de que ese cobarde y mentiroso hombre le había
despojado de su posesión más sagrada, su pobre corazón. Finalmente, se armó de
valor y decidió entrar al aula, así, ella parada en el marco de la puerta,
sintiose mirada por todos sus compañeros que sabían la historia del épico idilio amoroso. Ella no pudo aguantar la ira
que le hizo hervir la sangre y le hizo confrontar a Diego en medio de la
cátedra. Le grito que era un hombre sin palabra, que no podía creer que un
hombre con un espíritu con sed de justicia y lucha por el oprimido, no tuviera
el suficiente valor para cumplir un juramento, en donde había entregado su
palabra antes los dioses sagrados. Ante tal afirmación, los estudiantes
asombrados, miraron a Diego, pero él inmediatamente negó todo de tajo.
V. El juicio
Inés Vargas se sentía desesperada, ya
no sólo la deshonra era ante su padre, ahora también sus compañeros de facultad
ponían en tela de juicio su cordura y sensatez. Ante esto, Inés pensó en que el
Coordinador de la carrera Pedro Ruíz de Alarcón, podría ayudarla. Ella fue a
buscarlo a su cubículo y le explico todo lo ocurrido, ante lo cual él le dijo:
-¿Estás segura de todo esto que me
dices Inés? Sabes que lo que me cuentas no es posible, tú sabes que Diego
Martínez se ha ganado el respeto de la comunidad universitaria por el valor
mostrado al pertenecer a un movimiento revolucionario que busca las condiciones
de justicia entre la comunidad indígena del sur del país.
-Por supuesto que estoy segura Don
Pedro, ¡le juro por los dioses que en una tarde soleada en el centro de
Coyoacán, en un ambiente casi místico, Diego me dio su palabra!
- Me parece que esto tenemos que
solucionarlo -dijo el Coordinador-, no podemos permitirnos este tipo de
incidentes en nuestra honorable facultad. Hare llamar a Diego Martínez para que
entre los 3 entablemos un diálogo sereno y con mucha buena vibra.
Así, Pedro Ruiz de Alarcón fungió como mediador
entre la universitaria y el recién graduado Diego Martínez. Una vez reunidos
los 3 en un amplio y luminoso cubículo, Pedro pidió a Diego que contará su
versión:
-Mire Pedro, yo la conozco desde hace
tres años, casi a la mitad de la carrera pero es todo, apenas cruzamos palabra
en un par de ocasiones.
Enardecida por el descredito y la
falta de honor, Inés interpeló a Diego:
-¡Cómo puedes negar que tu y yo
tuvimos una historia de amor! Y no sólo eso, sino que además prometiste que sería
tu mujer cósmica por toda la eternidad.
Ante el exabrupto, Pedro intervino y
la cuestionó:
-¿Acaso hay algún testigo de todo lo
que acabas de decirme?
Entonces, Inés enmudeció, quedando
perpleja ante tal cuestionamiento no sabiendo qué contestar. Por lo cual Diego dio por terminada dicha entrevista, y
ya en la puerta del cubículo ella grito:
-¡Sí, tengo testigos! Juramos la
eternidad de nuestro amor frente a un viejo hippie que sostenía en sus manos
imágenes de los dioses Tlaloc y
Quetzalcoatl.
Ante esa afirmación, Diego agachó la
cabeza y ya no pudo negar nada.
VI. El veredicto
Así, en un domingo familiar, se
encontraron en el centro de Coyoacán, Pedro de Alarcón, Iván de Vargas, su hija
Inés, los compañeros de clase de ella, así como otros profesores. Otro grupo de
curiosos acompañaban a Diego. Entre todos se dieron a la tarea de encontrar al
nombrado anciano hippie, pues entre tantos puestos colocados en el suelo y
humareda por los inciensos y otros olores conocidos pero negados por todos, fue
a hasta uno de los últimos puestos que lograron visualizar al alivianado
hombrecillo, muy alegre y relajado. Fue Pedro Ruíz de Alarcón quien cuestionó
al hombre sobre si recordaba a Inés y a Diego, ante lo cual, el hombrecillo
titubeó y se quedo pensando un rato, que se prolongo en varios minutos. Fue
hasta que Diego tuvo que hablarle una vez más para que volviera de su viaje. El
hombrecillo dijo que si los recordaba y
que recordaba el juramento que le hizo Diego a Inés, y en ese momento, las
figurillas de los dioses emanaron por sus bocas una especie de humo como si fuese su voz la que brotaba de su
interior, sin que hubiese un incienso visible entre las figuras. Asombrados,
todos los ahí presentes se inclinaron ante las imágenes por respeto a la Naturaleza
que pareciese se manifestaba en una tarde donde además, después de una brisa de
lluvia, estaba enmarcada por un distinguible arcoíris postrado sobre el
horizonte.
VI. Conclusión
Diego tuvo que aprender a que la
palabra se defiende más allá de los Caracoles en las lejanías de la selva.
Además de perder la cátedra de Literatura prehispánica y enfrentarse al
desempleo. Inés asumió que las cosas en
la vida no se fuerzan, y que es bueno dejar de hacer papelones correteando a
los hombres. Continuó sus estudios con más ahínco y decidió no tener ni un novio más hasta no terminar su carrera.
Mientras, Pedro Ruiz de Alarcón decidió visitar cada domingo el centro de
Coyoacán y comprar algunos inciensos para su cubículo, aunque hay algunos
aromas que lo ponen alegre sólo que no sabe porqué.
Autores:
Noemí Bonaparte Hernández
Aidé Carvajal Medina
María Gabriela Castellanos Sánchez
José Antonio
Negrete Flores
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