Derribada,
espamosa en el picoso y refrescado pasto, la mujercita miraba atónita la
inundada blancura y luminosa esfera abarcante, sostenida en lo alto de esa
peculiar noche olorosa. Sublimada, señala con los dedos recubiertos de
excitación cada una de las esponjosas y salpicantes estrellas. Se contaban por
millares endulzantes. Díafana y apelusante se impregnaba la noche, como si
abrazara la engallinada piel amarfilada, de cabellos medusientos con ojos
gatunos envueltos en un sútil y por momentos, aterciopelado azul aquamar.
Hipatia Teon
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