miércoles, 27 de enero de 2016

MANUEL DÍAZ RODRÍGUEZ

MANUEL DÍAZ RODRÍGUEZ

1    BREVES RASGOS BIOGRÁFICOS.



Manuel Díaz Rodríguez nació en una hacienda cercana a Chacao, Municipio del Estado Miranda el 28 de febrero de 1871. Posteriormente ingresó en la Universidad Central, donde se graduó de médico en 1891. Una vez graduado de médico, Díaz Rodríguez quiso completar sus estudios en Europa y así viajó por Francia, Italia, el Oriente, etc. En 1894 el médico regresó a su patria. Pero en 1895 volvió a Francia. En París publicó entonces su primer libro: Sensaciones de Viajes, editado por Garnier. El año siguiente regresó a Caracas, donde fija su residencia hasta 1899, año en que contrae matrimonio con una hija del escritor Eduardo Calcaño: Graciela. Ese mismo año el escritor emprende de nuevo viaje a París. Allí permanece hasta 1901. Para entonces es autor de Confidencias de Psiquis (1897), De Mis Romerías (1898), Cuentos de Color (1899), Idolos Rotos (1901)..

En 1902 murió su padre y  tuvo que trasladarse a la hacienda patema,  para hacerse cargo de la dirección de aquel patrimonio. Siete años pasa de esta manera en el campo. Minado por una terrible enfermedad en la garganta, Díaz Rodríguez buscó los recursos de la ciencia en Nueva York por el año de 1927. Pero a los tres meses de haber llegado allí, falleció el día 24 de agosto.

     PRODUCCIÓN LITERARIA

La primera obra literaria de Manuel Díaz Rodríguez es Sensaciones de Viajes (1896). Sensaciones de Viajes es un libro lleno de bellezas, inspirado en el pasado artístico de Italia, en sus paisajes, en sus gentes, que el autor supo querer y admirar durante toda su vida. Esta primera obra de Díaz Rodríguez, de impresiones de viaje, que era una obligación de los escritores del 900, se complementa con De Mis Romerías publicada dos años después de haber aparecido Sensaciones de Viajes. Cronológicamente, la segunda producción literaria de Díaz Rodríguez es su libro Confidencias de Psiquis (1897). Este libro se compone de cuadros, con ciertas características que se acercan a las de la novela. En él la constante es la del amor. Pero amor sensual.

Confidencias de Psiquis sigue la publicación de Cuentos de Color (1899). La ola del modernismo se impone hasta en la misma denominación de los cuentos. Pero, sin duda, estos cuentos preparan el camino al escritor hacia la novela. En ellos hay buenas incursiones psicológicas a través de esbozos de personajes, y se pone de relieve, una vez más, el delicado estilo del escritor. Nueve son los cuentos que componen el volumen. Entre ellos sobresalen "El Cuento Blanco" y "El Cuento Gris". En Cuento Blanco asoma de nuevo la nostalgia italiana. El recuerdo del Mediterráneo inspira esa bella historia, matizada de suaves tonalidades, impregnada de una delicadeza y una candidez infantiles.

En 1901 aparece la primera novela de Díaz Rodríguez: Idolos Rotos. La escribe durante los últimos años vividos en París. Alberto Soria, el protagonista, es un escultor lleno de pesimismo con respecto a nuestro porvenir. Este pesimismo lo lleva a detestar su patria. Por eso exclama: «Y yo nunca realizaré mi ideal en este país. Nunca podrá vivir mi ideal en mi patria. ¡Mi patria! ¡Mi país! ¿Acaso éste es mi país?». En la novela también aparece el bosquejo de un adulterio entre Alberto y Teresa Farías, y finaliza con una tremenda sátira, tanto de carácter político como social, contra la Caracas de la época. Por todo esto, Idolos Rotos ha sido considerada en la novelística venezolana como una de las importantes novelas pesimistas de principios de siglo.

En 1902 Díaz Rodríguez publica su segunda novela: 
Sangre Patricia. En Sangre Patricia, el color verde es como símbolo de la locura. Como toda la obra de Díaz Rodríguez, hay que destacar el valor artístico de esta novela. En ella el novelista acude a símbolos estéticos y psicológicos que le colocan entre los precursores de una novelística de verdadero ámbito universal en América.

Después de 
Sangre Patricia, Díaz Rodríguez, entregado de lleno a la política, guarda un receso de casi ocho años, durante el cual no publica nada de importancia literaria. En 1910 publica un libro de ensayos, intitulado Camino de Perfección. En él Díaz Rodríguez pasa de creador en el arte a teórico del arte. En Camino de Perfección está expuesto con claridad e impecable estilo el credo estético del autor.

La última obra publicada por Díaz Rodríguez fue su novela Peregrina o el Pozo Encantado la cual apareció en 1922. En el subtítulo el escritor explica que se trata de una novela de rústicos del valle de Caracas. En Peregrina canta, una vez más, la naturaleza a la que Díaz Rodríguez rendía tanto culto. Peregrina es realmente como un poema a esa naturaleza soberbia, hermosa que rodea al valle de Caracas.


 FRAGMENTO DE IDOLOS ROTOS.


PRIMERA PARTE
 Mil emociones, á cual más intensa, le traían vibran-
do desde el alba: unas tristes, otras alegres, luchaban
todas entre sí, pero sin alcanzar ninguna el predomi-
nio. De aquí cierta confusión, cierta perplejidad risue-
ña, estado semejante al del éxtasis, ó mejor al estado
de alma de quien empieza á despertarse y duerme to-
davía, cuya conciencia en parte responde á los recla-
mos de la vida real, en parte se recoge, obstinada y
feliz, bajo las últimas caricias de un sueño.

Alberto Soria volvía á la patria después de cinco
años de ausencia. Cuando vio la tierra muy cerca, to-
das las memorias de su niñez y juventud, hasta aquel
instante confundidas con muchas cosas exóticas, reco-
braron su primitiva frescura; y desde la cubierta del
buque se dio á reconocer, al través de esas memorias,
la costa y los grises peñascos de la playa, las colinas
áridas medio sumergidas en el mar, Los verdes cocota-
les y las casas del puerto, agazapadas las unas al pie
del monte que sigue la curva costanera, desparrama-
das las otras por la misma falda de! monte, cuesta
arriba. A medida que se acercaba á la tierra y más
claramente distinguía los objetos unOs de otros, con
más vigor el pasado revivía en su alma. Casas, árbo-
les, peñascos y algunos lugares muy conocidos de él
evocaban en su espíritu un enjambre de recuerdos.
Ya en tierra, después de haber caído en brazos del
hermano que le esperaba en ermuelle, siguió viendo
hombres y cosas á través de los recuerdos, con sus
ojos de cinco años atrás, no habituados al llanto, á la
sombra, ni al dolor, sino hechos á la sonrisa, á la fran-
ca alegría de vivir, á las formas vestidas de belleza y
á la belleza vestida de luces. De pronto se halló pen-
sando en los últimos años de su vida como en un sue-
ño, cuya vaga y esplendorosa fantasmagoría estaba á
punto de apagarse.

Ya el cambio de aspecto de ciertas cosas le recor-
daba su larga ausencia, ya la intacta fisonomía antigua
de otras cosas representábale con tanta viveza el pa-
sado, que le parecía no haber vivido jamás ausente de
la tierruca.

Asi, en esa ambigüedad oscilante de vigilia y de
sueño estaba todavía, horas después de haber saltado
á tierra, en un vagón del tren que le llevaba á la ca-
pital. Sentado contra un ventanillo del vagón, á la
derecha, se asomaba de tiempo en tiempo á ver el
paisaje, y se complacía en admirar sus pormenores,
cuando antes esos mismos pormenores no le llamaban
la atención, ó le causaban hastío de verlos con fre-
cuencia. Si quitaba los ojos del paisaje, los ponía en
el hermano sentado junto á él, y entonces los dos her-
manos se consideraban mutuamente con una mezcla
de curiosidad y ternura. Desde que se abrazaron en
el muelle, á cada instante se miraban y sonreían, sin
que ninguno de los dos hubiera acertado á decir por
qué sonreían. Era tal vez la sorpresa de encontrarse
ídolos rotos y cambiados, al menos por de fuera,
 lo que llamaba á sus labios la sonrisa, pues para entrambos
el tiempo había volado, y ninguno de los dos estaba apercibido
á encontrar mudanzas en el otro. Para Alberto, en
especial, era muy grande la sorpresa. A su partida, el
hermano, cinco años menor que él, era apenas un ado-
lescente: el cuerpo, desmirriado, el rostro sin asomos
de barba y de expresión melancólica y mustia. Su
madre, enferma cuando lo dio á la vida, murió meses
después, y en esta circunstancia veían todos el por
qué de su aire pálido y marchito. Ahora aparecía
transformado de un todo: de chico melancólico y frá-
gil se había cambiado en mozo gallardo y fuerte. No
conservaba de su antigua expresión enfermiza sino una
como sombra de cansancio alrededor de los ojos.
Aparte ese tenue rastro de su antigua endeblez, toda
su persona, vestida con elegancia, y hasta con un poco
de amaneramiento, respiraba la satisfacción de quien
está bien hallado pon el mundo y empapa el ser, alma
y cuerpo, en todas las fuentes de la vida.

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