jueves, 28 de enero de 2016

QUE NINGÚN CORAZÓN SIENTA DONDE FALTEN LOS SENTIDOS

Camino lentamente sobre tierra rojiza; se escucha el crujido cuando mis tenis la van pisando en cada paso. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo a causa del ventarrón que golpea inesperadamente la parte sur de la pista para correr. Mientras me dispongo a llevar a cabo ejercicios de calentamiento, veo una horrible araña enorme posada sobre la pared; no puedo evitar sentir un pavor inmenso al pensar que ese insecto va a saltar sobre mí, por lo que deliberadamente levanto mi pierna, posando con fuerza la suela de mi zapato sobre la araña, escuchando el crujido de ser aplastada. Al retirar mi zapato, la veo embarrada en la pared; en verdad era enorme, quizás venenosa. Me doy media vuelta, intentando no pensar en que maté a un ser vivo que bien pudo seguir viviendo si sólo me hubiera alejado (creo que alteré el ecosistema). Preparo mi celular para usar la aplicación que mide la distancia y el tiempo recorrido, mientras alejo de mí el sentimiento de culpa. Pongo música en inglés mientras comienzo a trotar. De repente veo el cielo en unos tonos que no creo haber visto nunca. Es como una pintura al óleo, una combinación de amarillo y gris, que al mezclarse el cielo resulta hermosamente violeta. Siento el aire frío que me golpea la cara, sin que eso me resulte incómodo, al contrario, me mantiene fresca mientras mi temperatura corporal aumenta y comienza a transpirar. Los minutos van corriendo en el cronómetro, al tiempo que la mañana inicial va tornándose más cálida por la presencia del sol, que era incipiente en un inicio. Con esa claridad tan suave y templada, escucho el cantar en un tono grave de un ave negra, tamaño mediano; de hecho es un cuervo. Veo como despliega el vuelo rodeando una circunferencia cercana para volver al sitio de donde partió. Su aterrizaje es delicado y exacto. Veo como hurga con su pico en el pasto, supongo que para buscar alimento entre la hierba. También se escucha el sonido que emiten los regadores eléctricos que emergen del pasto, girando sin cesar, entrecortando el agua. Es por ellos, que la tierra huele a tierra mojada como si fuera a llover. Debo esquivar esos chorros intermitentes para no terminar empapada. A lo lejos se escucha una campana que debe anunciar, por la hora, que el señor de la basura está por pasar. También me llega un aroma a carnitas, cómo es posible que haya ese aroma a esa hora, realmente me molesta, pues trajo a mi memoria el sabor y me ha provocado náuseas; debo respirar profundo e intentar pensar en otra cosa para no devolver el estómago. Estoy por alcanzar los 6 kilómetros. Respiro profundo y de golpe me llega el aroma de los pinos que vuelven el entorno más fresco. Es raro, pero por ese olor, ahora tengo el sabor a pino en la boca, es fresco, suave e inconfundible. Siento que desfallezco, me duelen tanto los cuádriceps; mi respiración es agitada y siento como el sudor me recorre la espalda y el pecho. Siento como corre también por las cienes; mi temperatura ha aumentado que me siento enrojecida. Por fin, la alarma del teléfono acaba de sonar y vibrar: 40 minutos 36 segundos, es el tiempo que me llevó lograr correr seis kilómetros. Me detengo poco a poco, siento los músculos de las piernas adoloridos; respiro profundamente. Ahora debo estirar para relajarme e ir a descansar. Qué bueno que la mañana se sigue sintiendo fresca, eso me ayuda inspirar aire de mejor forma. Muy cerca del mí, pasa la camioneta de Gas Monarca, con esa cancioncita estruendosa. La rutina apenas comienza.


Hipatia Teon

No hay comentarios:

Publicar un comentario