jueves, 28 de enero de 2016

INCONTINENCIA LACRIMÓGENA

¿Cómo se conforma el espíritu de un ser humano? ¿Será que por sus venas corren los genes heredados de sus antepasados aunados los traumas y el dolor? ¿O son tan definitivas las experiencias que cada uno de nosotros vive junto a los otros, para conformar nuestro carácter? Ese tipo de preguntas siempre rondan mi cabeza, mi naturaleza es inquisitiva; no puedo dejar que mi cabeza deje de reflexionar y se pregunte una y otra vez sobre lo mismo. Las repuestas llegan a mí, sin que sean definitivas y dependiendo del día y mis emociones, puedo emocionarme hasta las lágrimas por los eventos más bellos: un amanecer o una parvada de pájaros blancos en pleno vuelo con un cielo suavemente azul de fondo mientras controlo mi respiración para poder lograr correr seis kilómetros diarios. De modo que la sensibilidad está a flor de piel; y así como mis pulmones son fuertes, también lo es mi corazón, el cual se ha forjado en gran medida por los dolorosos golpes que lo han azotado a lo largo de treinta y dos años. Pero esta vida sólo puede amarse mucho más en los momentos de las carencias o las ausencias.
Amo vehemente la existencia propia que me permite estar con los otros, a los que amo también, con diferentes intensidades y tesituras. He de confesar que soy una soñadora empedernida; sueño que todos en algún momento de la historia, podríamos tener una vida digna y justa, con el menor dolor posible, al menos no provocado entre nosotros. Creo que la compasión, la solidaridad y el amor, son los grandes motores que pueden hacer de este mundo, un sitio idóneo para cada uno de los seres vivos que lo habitamos. La llave para sensibilizarnos con los otros es sin duda alguna, la empatía. Mirarle a los ojos y cobijarnos con  su piel, es tocar, al menos un poco, su alma y averiguar qué piensa y qué siente.
La mayoría de la gente no se imagina que con el paso de los años se va desarrollando una incontinencia lacrimógena: los tiempos idos, los seres amados que te van dejando más sólo en el mundo, hacen que añores el pasado constantemente. La nostalgia y la melancolía son dos emociones que me han invadido de manera crónica y degenerativa. Hay días en los cuales deseo hablar con toda la franqueza del mundo, porque siento que las palabras van a asfixiarme, pero un parte de mí, mi cerebro por cierto, hace que logre reservarme para no cometer la ignominia de explotar y lanzar todo mi cargamento verbal hecho para herir de muerte. Debo contener mis explosiones de humor; las que lastiman a los otros en mis momentos irascibles. Debo doblegar mi alma  con el autocontrol y la autocrítica, que me recuerda que la humildad y la precaución me mantendrán a salvo de mí misma.

Cuánto trabajo cuesta ser honesto consigo mismo, pues aceptar los errores y las derrotas es una cuestión de orgullo. Mi alma tiende a la exigencia propia y ajena, lo que me convierte en una mujer impositiva, pues en mi esquema, yo misma y los demás deben cumplir con los requerimientos impuestos desde mi interior, en un momento determinado, volviéndose inamovibles. Mi espíritu es determinado, obcecado, apasionado, para bien o para mal. No se detiene ni deja de observar el mundo; ni con los ojos cerrados se detendrá para llegar hasta el final. Con todo el cuerpo y el alma ha de conquistar la victoria, con todas las derrotas necesarias, pues la eternidad es la tierra que quizás un día conquiste. 


Hipatia Teon

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