¿Cómo se
conforma el espíritu de un ser humano? ¿Será que por sus venas corren los genes
heredados de sus antepasados aunados los traumas y el dolor? ¿O son tan
definitivas las experiencias que cada uno de nosotros vive junto a los otros,
para conformar nuestro carácter? Ese tipo de preguntas siempre rondan mi
cabeza, mi naturaleza es inquisitiva; no puedo dejar que mi cabeza deje de
reflexionar y se pregunte una y otra vez sobre lo mismo. Las repuestas llegan a
mí, sin que sean definitivas y dependiendo del día y mis emociones, puedo
emocionarme hasta las lágrimas por los eventos más bellos: un amanecer o una
parvada de pájaros blancos en pleno vuelo con un cielo suavemente azul de fondo
mientras controlo mi respiración para poder lograr correr seis kilómetros
diarios. De modo que la sensibilidad está a flor de piel; y así como mis
pulmones son fuertes, también lo es mi corazón, el cual se ha forjado en gran
medida por los dolorosos golpes que lo han azotado a lo largo de treinta y dos
años. Pero esta vida sólo puede amarse mucho más en los momentos de las
carencias o las ausencias.
Amo vehemente la existencia propia que me permite estar con los otros, a
los que amo también, con diferentes intensidades y tesituras. He de confesar
que soy una soñadora empedernida; sueño que todos en algún momento de la
historia, podríamos tener una vida digna y justa, con el menor dolor posible,
al menos no provocado entre nosotros. Creo que la compasión, la solidaridad y
el amor, son los grandes motores que pueden hacer de este mundo, un sitio
idóneo para cada uno de los seres vivos que lo habitamos. La llave para
sensibilizarnos con los otros es sin duda alguna, la empatía. Mirarle a los
ojos y cobijarnos con su piel, es tocar,
al menos un poco, su alma y averiguar qué piensa y qué siente.
La mayoría de la gente no se imagina que con el paso de los años se va
desarrollando una incontinencia lacrimógena: los tiempos idos, los seres amados
que te van dejando más sólo en el mundo, hacen que añores el pasado
constantemente. La nostalgia y la melancolía son dos emociones que me han
invadido de manera crónica y degenerativa. Hay días en los cuales deseo hablar
con toda la franqueza del mundo, porque siento que las palabras van a
asfixiarme, pero un parte de mí, mi cerebro por cierto, hace que logre
reservarme para no cometer la ignominia de explotar y lanzar todo mi cargamento
verbal hecho para herir de muerte. Debo contener mis explosiones de humor; las
que lastiman a los otros en mis momentos irascibles. Debo doblegar mi alma con el autocontrol y la autocrítica, que me
recuerda que la humildad y la precaución me mantendrán a salvo de mí misma.
Cuánto trabajo cuesta ser honesto consigo mismo, pues aceptar los errores
y las derrotas es una cuestión de orgullo. Mi alma tiende a la exigencia propia
y ajena, lo que me convierte en una mujer impositiva, pues en mi esquema, yo
misma y los demás deben cumplir con los requerimientos impuestos desde mi interior,
en un momento determinado, volviéndose inamovibles. Mi espíritu es determinado,
obcecado, apasionado, para bien o para mal. No se detiene ni deja de observar
el mundo; ni con los ojos cerrados se detendrá para llegar hasta el final. Con
todo el cuerpo y el alma ha de conquistar la victoria, con todas las derrotas
necesarias, pues la eternidad es la tierra que quizás un día conquiste.
Hipatia Teon
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